Decimosexto Día
Sobre el Papa benedictino
Gregorio I, el creador del “canto gregoriano”, caben agregar dos cosas. Una es
destacar que la presión ejercida sobre San Leandro para que influyese en
Recaredo y consiguiese el ingreso masivo de los Golen en España sólo dio por
resultado que en los monasterios ya existentes se adoptase la Regula Monachorum. Y la otra es notar
que su decisión, tomada en combinación con San Columbano Golen, de enviar en el
año 596 al monje San Agustín y treinta y nueve benedictinos a Gran Bretaña,
obedecía a la necesidad de reemplazar provisoriamente a los irlandeses en la
tarea evangelizadora. Aquella
partida llevaba el cometido de evangelizar a los anglos y a los sajones que no
hacía mucho habían conquistado la isla: según San Columbano y otros Golen,
estos pueblos (de Sangre Muy Pura) manifestaban natural predisposición contra
los celtas y especialmente contra los irlandeses; sólo respetarían a
otros germanos o a los romanos: ellos tendrían que realizar la tarea, pues, una
vez evangelizados, ya habría tiempo para que los Golen se infiltrasen y se
apoderasen del control de la Iglesia Británica. En el año 600 el Bretwalda de
Gran Bretaña era el Rey Etelberto de Kent, cuya esposa, princesa de los francos
y ferviente católica, favorece la conversión por los romanos de San Gregorio,
pese a que tenía junto a ella a un Obispo franco y algunos Sacerdotes de su
pueblo; el éxito es grande: el Rey y el pueblo se bautizan y en Canterbury se
funda un monasterio benedictino con jerarquía de obispado; luego le siguen
Essex, Londres, Rochester, York, etc.
Cuarenta años después los
Golen estarán penetrando en los monasterios anglosajones desde la céltica
Escocia, apoyados por el Rey Oswaldo de Northumbría. Incorporados como maestros
en los monasterios benedictinos a los Golen les resultará más fácil convencer a
los anglosajones ya cristianos sobre la bondad de sus intenciones. Empero, durante
muchos años, la voz cantante será llevada por monjes no irlandeses, tales como
el griego Teodoro de Tarso y el italiano Adriano. San Beda, el Venerable,
muerto en el año 735, lleva el monasterio benedictino de Iarrow a su más alto
grado de esplendor: talleres donde se enseñan los más variados oficios,
escuelas religiosas, granjas monacales, copiado y traducción de documentos,
instrucción musical, etc. De
los monasterios benedictinos anglosajones saldría una invalorable ayuda para
los planes de los Golen en la persona de los monjes misioneros británicos, que
serían mucho mejor recibidos que los irlandeses en los Reinos germánicos:
Baviera, Turingia, Hesse, Franconia, Frisia, Sajonia, Dinamarca, Suecia,
Noruega, etc., verían pasar por sus tierras a los monjes anglosajones. El mayor
exponente de esta corriente inglesa benedictina fue, indudablemente, San
Bonifacio.
Procedía del convento
benedictino de Nursling y su verdadero nombre era Winfrido: el Papa benedictino
Gregorio II le concedió el nuevo nombre de Bonifacio en el año 718, junto
con su misión de evangelizar a los germanos. La verdad, atrás de todo este movimiento, era que los Golen
sospechaban que los germanos aún conservaban las Piedras de Venus y otros
legados de los Atlantes blancos y procuraban hallarlos a cualquier costo.
Por eso San Bonifacio, por ejemplo, se empeña en derribar la antiquísima Encina
del Dios Donar, en Geismar, en el año 722, tratando de encontrar la Piedra que
una tradición germánica situaba en las raíces del árbol. Pero ésta no era una
tarea que el propio San Bonifacio tomaría personalmente entre sus manos: para
ello contaba con miles de Golen benedictinos bajo sus órdenes; la famosa Piedra
de Venus de los sajones, por ejemplo, sería buscada durante cincuenta años, y
costaría a los sajones, que al final la perdieron, miles de víctimas,
atribuidas luego cínicamente a los “esfuerzos de la cristianización”. San Bonifacio no era, pues, un
mero predicador sino un gran ejecutor de los planes de la Fraternidad Blanca:
los Archi Golen, ocultos en los monasterios, y los Papas benedictinos, le
revelarán estos planes en forma de directivas que él cumplirá fielmente.
Uno de sus actos más fecundos para esos planes, por ejemplo, fue la universal
difusión que imprimió a la idea de la superioridad del Obispo de Roma, el
representante de San Pedro en la Tierra, sobre cualquier otra jerarquía
eclesiástica o regia: en base a esa idea
se asentará el poder del papado en la Alta Edad Media. Y el papado, el
papado benedictino y Golen, se entiende, le responderá en con-secuencia,
dotándolo del Palio arzobispal que le permitirá nombrar sus propios Obispos y
completar la jerarquía de sus Sacerdotes.
En el año 737, en Roma,
recibe de manos de Gregorio III la máxima dignidad: será Legado papal
en Alemania, y dispondrá de amplios poderes para actuar. En aquel tiempo,
“Alemania” incluía al Reino Franco, el más poderoso de la cristianidad europea.
Pues bien, el nombramiento de San Bonifacio, tenía como objeto liberarle las
manos para que llevase adelante un plan tan audaz como siniestro; en el Imperio Romano de Oriente, o
Imperio Bizantino, el Patriarca de la Iglesia estaba normalmente sometido a la
voluntad del Emperador; en Occidente sería necesario restablecer el poder
imperial, pero fundado en una relación de fuerzas completamente inversa: aquí,
el Papa dominaría a los Reyes y Emperadores, el Sacerdote al Rey, el
Conocimiento del Culto a la Sabiduría de la Sangre Pura. Y el instrumento para
este plan, que permitiría a su vez concretar los planes de la Fraternidad
Blanca y de los Golen, sería la familia franca de los pipínidos.
Los Reyes Merovingios se
hacían llamar “Divinos” porque afirmaban descender de los Dioses Liberadores:
para el judeocristianismo, que sostenía con la Biblia idéntica descendencia de todos
los mortales desde Adán y Eva, aquel origen no significaba nada; el único Dios
era el Dios Creador, Jehová Satanás, y nadie podía arrogarse su linaje; y fuera
del Dios Creador judeocristiano sólo existían la superstición o los Demonios.
Así, pues, era una cuestión de principios eliminar a unos Reyes que, no sólo
declaraban tener linaje Divino, sino que afirmaban recordarlo con la sangre: esa vinculación entre la Divinidad y la
realeza, muy popular entre los francos, era un obstáculo molesto para unos Sacerdotes
que pretendían presentarse como los únicos representantes de Dios en la Tierra.
Al morir Carlos Martel en el año 741, le suceden sus hijos: Carlomán como
Mayordomo de Austrasia y Pipino como Mayordomo de Neustría. Carlomán, que luego
se retiraría al monasterio de Monte Cassino, concede a San Bonifacio total
libertad para reformar la Iglesia Franca de acuerdo a la Regla benedictina;
otro tanto hará Pipino. En
pocos años, mediante una serie de Sínodos que van del 742 al 747, se pone a
toda la Iglesia Franca bajo el control de la Orden Bendictina.
Carlomán y Pipino están,
también, dominados por la Orden. San Bonifacio comunica a Pipino el plan de los
Golen: con la aprobación del
nuevo Papa Zacarías, se destronará al Rey Childerico III, el último de
los Divinos Merovingios; en su lugar sería elegido Pipino por los
Grandes del Reino y su nombramiento estaría legitimado, análogamente al Antiguo
Testamento, por el consentimiento
del Papa y la unción de San
Bonifacio. El pago del nuevo Rey, por legitimar su usurpación, consistiría en
un considerable botín: la creación de los Estados Pontificios. Pero esta
recompensa no cercenaría en nada el poder del Reino Franco pues no se
constituiría a sus expensas sino a la de los lombardos y bizantinos: en efecto,
el Papa solicitaba en pago de su alianza con el Rey Franco unos territorios que
debían ser previamente conquistados. Concertado el arreglo, en noviembre del
año 751 el Rey Childerico III era confinado en un monasterio
benedictino y Pipino el Breve proclamado Rey y ungido por San Bonifacio. En 754
el Rey Pipino y el Papa Esteban II se reúnen en Ponthión donde firman un
tratado por el cual los francos se comprometen en adelante a proteger a la
Iglesia Católica y a servir al Trono de San Pedro. De este modo, en 756, los
francos donan a San Pedro el Exarcado, Venecia, Istria, la mitad del Reino
longobardo y los ducados de Spoleto y
Benevento.
Con Pipino el Breve se inaugura la dinastía
carolingia, piedra fundamental en la obra de la Fraternidad Blanca. De
lo expuesto, se trasluce con claridad que la corte y todos los resortes del
Estado franco estaban copados por la Orden benedictina: no será difícil
imaginar, entonces, en qué clase de ambiente se educarían sus nietos y
familiares, y cuáles las creencias que se les inculcarían sobre la antigua
religión “pagana” de los germanos y sus Dioses ancestrales. En vista de esto,
habrá que reconocerle a Carlos el Magno el haber hecho todo lo posible por
convertirse en judeocristiano y cumplir con el plan de los Golen.
El fruto de los siglos de
paciente y reservada labor obtenido en los monasterios benedictinos pudo
observarse en la corte carolingia, especialmente en la denominada “Escuela
Palatina”. A esta Escuela concurría personal-mente el Emperador con sus hijos e
hijas, su guardia personal, y otros miembros de la corte, a escuchar las
lecciones que impartían los “sabios” benedictinos llegados, en muchos casos,
desde monasterios lejanos: de Italia vinieron a Aquisgrán Pablo de Pisa,
Paulino de Aquileya, Pablo Diácono de Pavía, etc.; de España vino uno de los
Señores de Tharsis con la misión de espiar la marcha de la conspiración Golen,
trayendo a su regreso desalentadoras noticias sobre la magnitud y profundidad
del movimiento enemigo: se llamaba Tiwulfo de Tharsis y fue famoso por su libro
escrito en la Escuela Palatina, titulado “De
Spiritu Sancto Bellipotens”. No obstante estas procedencias, la gran
mayoría de los maestros eran irlandeses y anglosajones, es decir Golen y
secuaces de Golen. Entre los últimos cabe mencionar al cerebro de la Escuela
Palatina y de la difusión general que a partir de ella se daría a la “cultura
benedictina”: me refiero a Alcuino de York, discípulo de la Escuela de San
Beda, el Venerable, que se incorpora a la Escuela Palatina en el 781 y dirige
entre el 796 y el 804, fecha de su muerte, la Escuela del monasterio de San
Martín de Tours. Su Schola Palatina
es el foco del llamado “reconocimiento carolingio”, al que contribuyen
eficazmente sus obras, de inspiración clásica y neoplatónica, y basadas en
conceptos de Prisciano, Donato, Isidoro, Beda, Boecio, tales como De Ratione Animae, o sus famosos
manuales que rigieron durante siglos la educación europea: Gramática, De Orthographia,
De Rethorica, De Dialéctica, etc.
De la Escuela Palatina
salen las ideas para la “Encíclica de
litteris colendis”, cuyas resoluciones aprobadas por Carlomagno tenían
fuerza de ley y ordenaban la creación, en todos los monasterios y catedrales,
de Escuelas para Sacerdotes y legos: en ellas se debería enseñar el Trivium, el Quadrivium, la Filosofía y la Teología. El Trivium y el Quadrivium
formaban las llamadas “Siete artes liberales”: el Trivium contenía la Gramática o Filología, la Retórica y la
Dialéctica; y el Quadrivium, la
Astronomía, Geometría, Aritmética y Música. Desde luego que la enseñanza de
tales materias estaba a cargo de los monjes benedictinos, quienes se habían
preparado para eso durante doscientos años y eran los únicos que disponían de
suficientes maestros y material clásico con que cumplir la orden real, que
ellos mismos habían inspirado. Y los benedictinos Golen tenían bien claro cómo
debían educar las mentes europeas para que en los tiempos por venir se
experimentase colectivamente la imperiosa necesidad del Templo local: entonces el Colegio de Constructores Golen,
que pronto se pondría en marcha, levantaría Templos de Piedra nunca vistos,
Catedrales magníficas, Construcciones que en realidad serían máquinas de piedra de tecnología
Atlante morena y cuya función apuntaría a trasmutar la mente del creyente y
ajustarla al Arquetipo colectivo de la Raza hebrea, que es el mismo que el de
Jesús Cristo arquetípico. [1]
Alcuino, que se hacía
llamar “Flacco” en honor del poeta
latino Horacio, dirigía los círculos culturales benedictinos Golen que rodeaban
al Emperador. En tales cenáculos se respiraba un aire bíblico y judaico muy
intenso: el propio Carlomagno exigía ser llamado “David”, y su fiel consejero
Eginardo, por ejemplo, pedía se lo nombrase Beseleel, por el constructor del Tabernáculo en el Templo de Jerusalén.
Y en este especial microclima ambientado por los benedictinos Golen, al
Emperador y sus principales colaboradores de la nobleza franca, se les iba
lavando lentamente el cerebro y se los condicionaba para adoptar el “punto de vista Golen” sobre el Orden
del Mundo. Para preservar ese Orden, por ejemplo, se debía erradicar el
paganismo e imponer mundialmente el judeocristianismo: eso era el Bien,
lo que mandaba la ley de Dios y lo que suscribía el representante de San Pedro.
No importaba si para conseguir ese Bien se debiesen destruir pueblos hermanos:
Dios perdonaría a los suyos todo lo hecho en Su Nombre. Los Golen condicionaban
de este modo la mente del Emperador porque necesitaban un nuevo Perseo, un
“Héroe” que cumpliese la sentencia de exterminio que pesaba sobre el pueblo de
Sangre Pura de los Sajones y les permitiese robar su Piedra de Venus.
Por lo menos el pueblo
Perseo de los cartagineses que destruyera a Tartessos mil años antes pertenecía
a otra Raza. El crimen de Carlomagno y sus francos es inestimablemente mayor,
pues, no conforme con apoyar militarmente la ofensiva lanzada por San Bonifacio
contra la Sabiduría Hiperbórea de los Sajones, emprendió él mismo la tarea de
exterminar a la nobleza sajona, hermana cercana de la sangre franca.
El de los Sajones fue uno de los últimos pueblos de
Occidente que se mantuvo ininterrumpidamente fiel al Pacto de Sangre y a los
Dioses Liberadores: según ellos creían, los Atlantes blancos les habían
encomendado la misión de proteger un Gran Secreto de la Raza Blanca, que cayera
del cielo sobre Alemania hacía miles de años, durante la Batalla de la
Atlántida; aquel Secreto estaba específicamente mencionado en el Mito de
Navután, a quien los Sajones llamaban Wothan, como “el anillo de la Llave
Kâlachakra”, donde los Dioses Traidores habían grabado el Signo del Origen:
Freya Perdiz lo tuvo que soltar antes de penetrar en el moribundo Navután y su
caída, según la Sabiduría de los Sajones, se produjo en Alemania;
concretamente, había caído sobre las rocas del Extersteine, una montaña que se
encuentra en el centro del bosque Teutoburger Wald. De acuerdo a lo que
sostenían los Sajones, el anillo tocó las rocas en coincidencia con el momento
en que Navután resucitaba y adquiría la Sabiduría de la Lengua de los Pájaros:
esto produjo que el Signo del Origen se des-compusiese en las trece más tres
Vrunas o Runas y que éstas se plasmasen para siempre en las rocas del
Extersteine; sobre una de ellas, la más prominente, cualquiera que posea linaje
espiritual podrá ver, por ejemplo, a la Vruna más sagrada para los Atlantes
blancos, la que representa al Gran Jefe Navután, es decir, la Runa Odal. Pero los Sajones no sólo conocían,
en esa fecha tardía del siglo VIII D.J.C., las Vrunas de Navután, sino
que habían logrado conservar, igual que los Señores de Tharsis, su Piedra de
Venus. En la cumbre del Extersteine se erguía desde tiempo inmemorial la
“Universalis Columna” Irminsul, un
Pilar de Madera que representaba el Arbol del Terror donde se había
autocrucificado Navután para conocer el Secreto de la Muerte. Este santuario
era venerado por los germanos desde tiempos remotos y, para evitar su
profanación por parte de los romanos en el año 9 D.J.C., el Líder querusco
Arminio, o Erminrich, aniquiló al ejército del General Publio Quintilio Varo
compuesto por veinte mil legionarios, en las proximidades de Teutoburger: Varo
y los principales oficiales se suicidaron luego del desastre.
Igual suerte no iban a
tener los heroicos sajones setecientos sesenta años después frente a un enemigo
abrumadoramente superior y que abrigaba hacia ellos una intolerancia irracional
semejante a la que Amílcar Barca experimentaba por los tartesios. Por supuesto
que, atrás de esa intolerancia de Carlomagno, hay que ver, igual que en el caso
de Amílcar, la mano de los Golen, la necesidad, implantada artificialmente en
la mente de aquellos Generales, de cumplir la sentencia de exterminio. El
pecado de los Sajones era éste: ocuparon
el bosque y se entregaron con tal empeño a realizar su misión, que impidieron
durante siglos que los Golen pudiesen acercarse al Extersteine; pero lo más
grave era que grabaron los trece más tres signos rúnicos del Alfabeto Sagrado
en la Columna Irminsul, y le incrustaron
en su centro la Piedra de Venus, en rememoración del Ojo Unico de Wothan
que miraba al Mundo del Gran Engaño desde el Arbol del Terror. La repulsión que los Sajones
experimentaban hacia los Sacerdotes Golen, su rechazo irreversible al
judeocristianismo, su fidelidad al Pacto de Sangre y a la Sabiduría Hiperbórea,
su defensa encarnizada de la plaza de Teutoburger Wald, y su negativa a
entregar la Piedra de Venus, eran motivos más que suficientes para decretar el
exterminio de la Casa Real Sajona, especialmente en ese momento en que
el poder de los Golen estaba en su apogeo.
Sólo así se explica la
sanguinaria persistencia de Carlomagno, que durante treinta años combatió sin
tregua a los Sajones, pueblo cultural y militarmente inferior a los francos y
que si resistió tanto fue por el indómito Valor que el Espíritu hacía brotar de
su Sangre Pura. En el año 772,
las tropas del nuevo Perseo caen sobre Teutoburger Wald y, luego de encarnizada
lucha, logran tomar el Extersteine y entregarlo a los Sacerdotes benedictinos
Golen para su “purificación”: estos no tardan nada en destruir la Columna
Irminsul y robar la Piedra de Venus, condenando desde entonces a los
Sajones a la oscuridad de la confusión estratégica, a la desorientación sobre
el Origen. No obstante el botín conquistado, faltaba cumplir la sentencia de
los Golen: en el 783, en
Verden, Carlomagno, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, haría decapitar a
cinco mil Nobles Sajones, cuya Sangre Pura consumaría en el Sacrificio ritual
la unidad del Dios Creador Jehová Satanás. Tras una posterior
resistencia sin esperanzas, por parte del único jefe rebelde sobreviviente,
Wittikind, los Sajones terminaron por aceptar el judeo cristianismo, como
tantos otros pueblos en similares circunstancias, y se integraron al Reino
Franco.
Carlomagno moría en
Aquisgrán, en el año 814, pero ya en el 800 había recibido del Papa León III
la consagración como Emperador Romano, justo pago para quien tanto sirviera a
la Iglesia y a la causa de la Orden benedictina. Le sucede como Emperador su
hijo Ludovico Pío, a quien sus contemporáneos apodaron “el Piadoso” y “el
Monje”, por su dedicación a la Iglesia y su preocupación por poner
definitivamente a los monjes francos bajo el poder de la Orden benedictina. Apenas tres años después de su
coronación imperial concreta ese anhelo de los Golen en el Sínodo de Aquisgrán
del año 817, en el que se acuerda imponer la Regla benedictina a todos los
monasterios de los dominios francos, es decir, a lo que pronto sería el
Imperio Romano Germano: parte de España, Francia, Alemania, Dinamarca, Suecia,
Frisia, Italia, etc.
Con la sanción de aquella
ley imperial, el poder de la Orden quedó consolidado lo suficiente como para
que los Golen no pensaran en otra cosa, los siguientes doscientos setenta años,
que en llevar a la perfección el Colegio de Constructores de Templos. En los
doscientos años precedentes acumularon el Conocimiento de las Ciencias; ahora
pasarían a la práctica, formarían Gremios de Constructores compuestos de logias
de aprendices, compañeros y maestros masones; y tales logias serían laicas,
integradas por gente del pueblo, pero dirigidas secretamente por la Orden, que
va a ser quien posea el Plano y las Claves del Templo. También haría falta
disponer de una Clave Final, un
Secreto que permitiría a los Golen llevar su obra a la máxima perfección. Pero
los Golen, y por Ellos la Orden benedictina, contaban con la Palabra de la
Fraternidad Blanca de que tal Secreto les sería confiado cuando su misión
europea estuviese a punto de concluir. Aquel Secreto, aquella Clave de las claves, consistía en las Tablas
de la Ley de Jehová Satanás, las que el Dios Creador entregó a Moisés en el
monte Sinaí y que posibilitaron luego a Hiram, Rey de Tiro, construir el Templo
de Salomón, el Templo de los templos: en ellas estaba grabado, mediante un
Alfabeto Sagrado de veintidós signos, el Secreto de la Serpiente, es decir, el
Más Alto Conocimiento que le es permitido alcanzar al animal hombre, las
Palabras con las que el Dios Uno nombró a todas las cosas de la Creación: Con
esas Tablas en su poder, los Golen estarían en condiciones de levantar el
Templo de Salomón en Europa, cumpliendo así con los planes de la
Fraternidad Blanca y elevando al Pueblo Elegido al Trono del Mundo. Claro que
antes de llegar a tan maravillosas realizaciones la Orden benedictina tendría que
resolver varios problemas: además de poner en marcha el Colegio de
Constructores de Templos, habría que crear las condiciones para que los pueblos
del Imperio Romano apoyasen la existencia de una Orden Militar en el seno de la
Iglesia Católica. Tal Orden tendría una doble función: por una parte,
custodiar, en el momento que la Fraternidad Blanca decidiese entregarla a los
Golen, las Tablas de la Ley desde su actual ubicación en Jerusalén hasta
Europa; y por otra parte servir
como fuerza militar de apoyo a la Constitución de la Sinarquía Financiera, o
Concentración del Poder Económico, que sería necesario establecer en Europa
como paso previo al Gobierno Mundial del Pueblo Elegido.
Decimoséptimo Día
Llevar a cabo la última parte de los
planes de la Fraternidad Blanca requería de una reforma en el sistema monacal
benedictino: se necesitaba, sobre todo, concentrar
el Conocimiento de la Orden y controlar, desde ese centro, las principales
funciones culturales de Occidente. Y aquella reforma no se haría esperar pues
estaba prevista de antemano, vale decir, era una alternativa estratégica de los
Golen; en el mismo siglo IX, apenas muerto Carlomagno y cuando su
dinastía se apresta a trabarse en una lucha de facciones, por los trozos del
Imperio, que duraría cien años, ya comienza a perfilarse el cambio: en el año
814, Ludovico Pío, el Monje, brinda todo su apoyo a San Benito de Aniane para
que funde un monasterio en Aquisgrán, donde la Regla bendictina sería aplicada
con el máximo rigor. Tres años después aquel monje, que había sido enviado a la
corte carolingia por el Papa bendictino León
III, redacta y da a conocer
el Capitulare Monacorum y el Codex Regularum que daría
fundamentación inicial a la reforma de la Orden benedictina. Pero será en el siglo X
cuando el objetivo de concentrar el Conocimiento de la Orden se logre concretar
definitivamente con la ocupación del monasterio de Cluny. La demora ha
de achacarse a la compatibilidad que tal objetivo debía guardar con la seguridad del Secreto de la Orden: los
Golen no podían arriesgar, a esa altura de los hechos, un fracaso por
imprevisión. Por eso la reforma de Cluny sólo se emprende cuando se dispone de
la seguridad de que no será interrumpida.
Con la elección del sajón Enrique I, el Pajarero, como
Rey Franco y Emperador, en el año 919, entra en la Historia el extraordinario
linaje de los Otones y los Salios, una Sangre Pura que llegaría a producir un
Federico II Hohenstaufen en el siglo XIII, “el Emperador Hiperbóreo que se opuso con el Poder del Espíritu a los
más satánicos representantes del Pacto Cultural”. En el siglo X, ese linaje poderoso se dedica con
vigor a reorganizar el Reino, en tanto el papado cae en el mayor desprestigio a
causa de la digitación efectuada por las familias de la nobleza romana,
especialmente las Teodoras, Crescencios, Túsculos, etc. La Orden benedictina,
que ha decidido aprovechar el momento para trabajar secretamente en la
formación del Colegio de Constructores de Templos, se asegura de entrada que
nadie interfiera en el funcionamiento de Cluny: es que, justamente, el lugar
elegido para concentrar el Conocimiento recayó en un monasterio francés por
exclusivos motivos de seguridad. Una sucesión de bulas papales emitidas durante
los siglos X y XI acatadas al pie de la letra por los
duques de Aquitanía y Reyes de Borgoña establecieron la total independencia de
Cluny de cualquier otra autoridad fuera del Papa o sus abades: ni los Reyes, ni
los Dux o Condes, ni los Obispos regionales, podían intervenir en los asuntos
del monasterio.
¿Ha escuchado hablar
actualmente, Dr. Siegnagel, de ciertas bases secretas que poseerían las Grandes
Potencias, por ejemplo los soviéticos o los norteamericanos, en las que se
habría reunido un enorme número de científicos de todas las especialidades,
dotados de los más avanzados medios instrumentales, para planificar en forma
integral objetivos de largo alcance, y que dependerían directamente del
Presidente o de un Consejo Supremo y actuarían independientemente de cualquier
otra autoridad nacional fuera de sus propios jefes o comandantes? Pues
exactamente eso era Cluny en el Siglo X.
Allí se planificaba para una
Europa futura, judeocristiana, unificada bajo las Catedrales y el Templo de
Salomón, controlada por una Orden militar de la Iglesia, administrada por una
Sinarquía Financiera, y gobernada finalmente por el Pueblo Elegido.
Es Formoso, el mismo Papa
benedictino cuyo cadáver insepulto fue arrojado al Tíber por el Papa Esteban VI,
partidario de Lamberto de Espoleto, en venganza por que aquél nombrase
Emperador a Arnulfo, quien nombra a Bernón para emprender la gran misión.
Bernón era un monje benedictino de noble linaje borgoñón, cuya influencia sobre
el duque Guillermo I de Aquitanía
fue aprovechada para convencer a éste sobre la conveniencia de fundar el
monasterio de Cluny. En el año 910 el mismo Bernón toma la dirección del
monasterio y da principio a la Concentración del Conocimiento: se reúnen allí
los principales libros y manuscritos que la Orden poseía en distintos
monasterios y se constituye una Elite Golen dedicada a la copia de documentos y
al estudio de la “Arquitectura Sagrada”. Desde luego, la Elite Golen,
denominada internamente “monjes clérigos”, habría de ocuparse con exclusividad
de su tarea y tendría que abandonar la tradicional norma benedictina de
compartir los trabajos de mantenimiento del monasterio y la producción de
alimentos: en este sentido, se reforma la Regla benedictina y se crea la
institución de los “monjes laicos” para desempeñar la honrosa función de
mantener a los Golen. Durante el mandato de su segundo abad, San Odón, ya
comienzan a verse los frutos de la reforma: primero se difunde la fama sobre el
ascetismo y la perfección alcanzada por la reforma cluniacense, lo que atrae la
curiosidad de otros monasterios y causa la admiración del pueblo; luego se
envían grupos de monjes especialmente entrenados a los monasterios que lo
requieren, para iniciarlos en la reforma: a los miembros del pueblo se los
selecciona cuidadosamente para incorporarlos a la Elite de los monjes clérigos
o encargarlos de las tareas propias de los monjes laicos; después se inauguran
monasterios sometidos a la jurisdicción de Cluny, a los que se extienden sus
derechos de autonomía e independencia. En ese punto, Cluny era una Congregación
por derecho propio. Y quien más entusiasta-mente apoya a San Odón con una bula
en el año 932 es el Papa benedictino Juan XI, hijo bastardo del Papa Sergio III
y de Marozia de Teodora, célebre asesina de la Epoca.
Tras ciento cincuenta años
de actividad, la Congregación de Cluny cuenta con dos mil monasterios
distribuidos principalmente en Francia, Alemania e Italia, pero también en
España, Inglaterra, Polonia, etc.; sin incluir los restantes miles de
monasterios benedictinos que han adoptado la reforma cluniacense pero que no
dependen del Abad de Cluny. A mediados del siglo XI la Orden ha
conseguido transformar eficazmente la Cultura europea: bajo el manto
intelectual de los benedictinos de Cluny se han formado los gremios de masones
operativos que demostraron su pericia en el arte de la construcción “románico”
y que ya están listos para lanzar la revolución del “gáulico”, mal llamado
gótico; atrás de ese movimiento, naturalmente, está el Colegio Secreto de
Constructores de Templos. Pero también se ha logrado plantar en el corazón de
los señores feudales la semilla del sentimentalismo, del arrepentimiento y de
la piedad cristiana: los “pecados” pesan cada vez más en el Alma del Caballero
y requieren el alivio de la confesión sacerdotal; se acepta morigerar la
conducta guerrera mediante la “paz de Dios” y la “tregua de Dios”, determinadas
por los Sacerdotes; se
moraliza a los guerreros germanos con los principios judaicos de la Ley de
Dios, del Temor a la Justicia de Dios, etc. Como resultado de esto surge una
clase especial de Nobles y Caballeros que, sin perder su valor y audacia, pero
respetuosos de Dios y de sus representantes, están condicionados para arrojarse
ciegamente a cualquier aventura que les señale la Iglesia.
Los planes de la
Fraternidad Blanca se van cumpliendo en todas sus partes. En el año 1000, luego
de haber atemorizado a Europa con la “proximidad del Juicio Final”, los Golen
avanzan un gran paso al exponer al Emperador alemán su proyecto de
reconstrucción del Imperio Romano de Occidente con capital en Roma y conseguir
que éste acepte desplazar la capital del Imperio de su base alemana: aunque tal
proyecto no se concretaría, la idea ya estaba lanzada e influiría durante
doscientos cincuenta años en los objetivos imperiales del reino alemán. Los
detalles de ese plan se acuerdan entre el Rey Otón el Grande y el Papa Golen
Silvestre II, cuyo nombre era Gerberto de Reims. Y en ese plan del año
1000, en el compro-miso que asumía el Emperador de “luchar contra los
infieles”, especialmente contra los sarracenos de España, mediante una “Milicia
de Dios”, estaban claramente esbozados los conceptos de las Cruzadas y de las
Ordenes mili-tares cien años antes de su realización.
Pero el éxito del plan
respondía, en todo caso, de la sujeción del Emperador frente a la autoridad del
Papa, del dominio que la Iglesia pudiese imponer sobre el temperamento
naturalmente indómito de los soberanos germanos. Sería allí donde se medirían
nuevamente las fuerzas del Pacto Cultural contra el Recuerdo inconsciente del
Pacto de Sangre. Para eso los Golen sentarían en el Trono de San Pedro a un
reformador cluniacense de fanatismo sin par, el monje Hildebrando, que pasará a
la Historia como el Papa Gregorio VII, el Papa que haría humillar al
Emperador Enrique IV en Canossa antes de levantarle la
excomunión, demostrando con ello “la superioridad del poder espiritual sobre el
poder temporal”, es decir, sosteniendo la antigua falsificación de los Atlantes
morenos y de los Sacerdotes del Pacto Cultural: para la Sabiduría Hiperbórea del Pacto de Sangre,
contrariamente, el Espíritu es esencialmente guerrero y, por lo tanto, las
castas nobles y guerreras son espiritualmente superiores a las sacerdotales.
Mas, con la debilidad de Enrique IV, el daño estaba causado y le tocaría a
sus descendientes luchar contra un papado Golen erigido en director del Destino
de Occidente.
Que los Golen no confiaron ni confiarían jamás en los
Alemanes, aparte de la radicación del Colegio de Constructores en Cluny, lo
indica su actitud favorable a los normandos como ejecutores preferidos de sus
planes, seguidos de los franceses. Aquellos, que no pertenecían como se supone
a la familia de pueblos germanos sino a una tribu céltica de escandinavia,
étnicamente diferente de los vikingos noruegos, suecos y daneses, se habían
conquistado un Ducado en el Norte de Francia, la Normandía, que fue reconocido
oficialmente por Carlos el Simple en el año 911: por el tratado de paz pactado
entonces en Saint Clair-Sur-Epte, el Duque Rollón se bautizaba y aceptaba el
cristianismo junto con su pueblo, cuya evangelización definitiva se dejaba en
manos de la Orden benedictina. No tardaron, pues, en florecer los monasterios
en la Normandía y en quedar finalmente toda la nobleza normanda bajo las
influencias de Cluny. Ciento
cincuenta años después se comprobaban los efectos de la paciente labor de
adoctrinamiento y acondicionamiento cultural realizado por los benedictinos:
los normandos estaban preparados para constituirse en un brazo ejecutor de los
planes de la Fraternidad Blanca. El Papa Golen Nicolás II,
aquel que instituye la elección papal por parte de los Cardenales les entrega
en feudo al Sur de Italia: al Rey Roberto Guiscardo, la Apulia, Calabria y
Sicilia; a Ricardo de Anversa, Capua; corre el año 1059. Siete años después, en 1066, el Duque de Normandía,
Guillermo el Conquistador, se apodera de Inglaterra con la colaboración, o
traición desembozada, de la Orden benedictina de la isla: gracias a él ingresan
nuevamente en Inglaterra los miembros del Pueblo Elegido, que habían
sido expulsados en el año 920 por el Rey Knut el Grande bajo el cargo de
“enemigos del Estado”. El Papa es entonces el benedictino Alejandro II,
pero los cerebros que dirigen la maniobra son los Golen Cluniacenses
Hildebrando y Pedro Damiano. Al sucederlo en el papado el mismo Hildebrando, o
Gregorio VII, en 1073, una franja impresionante que desciende desde
Irlanda, abarca Inglaterra, Normandía, Flandes, Francia, Borgoña, Italia, y
concluye en Sicilia, se halla sometida a la influencia directa de los Golen de
Cluny.
Cabe agregar sobre Hildebrando, un dato que no debe
ser jamás olvidado: su origen judío. Hildebrando, en efecto, era
bisnieto de Baruk, el banquero judío que se convirtió al cristianismo y que fue
cabeza de la familia Pierleoni, un linaje que influyó durante siglos en las
elecciones papales. Gracias al dinero de los Pierleoni, por ejemplo,
Hildebrando había logrado la elección de Alejandro II y apoyo para sus
propios planes. Y la Banca
Pierleoni, por supuesto, era muy caritativa; y su caridad, desde luego, tenía
directo beneficiario: la Congregación de Cluny, donde sus hermanos de Raza y
los Golen preparaban el Gobierno Mundial del Pueblo Elegido.
Poner a punto el plan de
los Golen demandará un ensayo preliminar: esa prueba general de verificación de
potencialidades será la Primera Cruzada. En 1078, Gregorio VII y
la plana mayor Golen reciben dos noticias simultáneas: la más importante es la
que proviene de la Fraternidad Blanca, en la que los Inmortales aprueban al
fin, el traslado a Europa de las Tablas de la Ley, ocultas durante veinticinco
siglos en Jerusalén, en las proximidades del Templo de Salomón. La otra noticia
viene del Imperio de Oriente, que está cercado por un poderoso despliegue
militar de los Turcos seldaschukos, quienes ya ocuparon Irán, Bagdad, Siria,
Palestina, gran parte del Asia Menor, y acaban de apoderarse de Jerusalén. Esas
noticias deciden a los Golen sobre la forma en que ensayarán sus fuerzas:
predicarán la Cruzada, mas, en principio, ésta no apuntará al objetivo
principal sino a uno secundario; se divulgará la necesidad caballeresca
cristiana de prestar ayuda a la Iglesia bizantina contra los turcos; si ese
llamado da los resultados esperados, recién entonces se anunciará el deber de
“liberar a Tierra Santa”; y solamente si este último reclamo es obedecido, sólo
así, se emprenderá la misión a Jerusalén para buscar la Clave del Templo de
Salomón. Porque ocurre que la
recuperación del Secreto del Pueblo Elegido no es fácil: si estuvo oculto
veintiún siglos no es porque nadie lo hubiese buscado y encontrado antes, sino
porque su encubrimiento fue deliberado y cuidadoso y empleó técnicas
esotéricas; su localización actual exigiría el envío de un equipo de Sacerdotes
Iniciados en la Cábala acústica y numeral, para leer y pronunciar
correctamente las Palabras que abrirían el Cerrojo del Secreto: y ese equipo
sí, que debería ir en el momento justo, contando con la máxima seguridad,
porque de esa operación dependería el éxito o fracaso de una Estrategia
planificada sistemáticamente durante seiscientos años.
El Sínodo de Clermont del
año 1095 es empleado por el Papa Golen Urbano
II, reciente prior de Cluny,
para llamar a la guerra contra los infieles y liberar a la Iglesia de Oriente:
–”esta guerra es, explicaba Urbano II, una peregrinación de Caballeros
armados”; “habría indulgencias especiales para todos los que tomasen la cruz y,
tan complacientes estarán los Cielos con la Cruzada, que luego sobrevendrá un
extraordinario período de Paz de Dios”–. Pedro el Ermitaño, un predicador popular,
reúne una multitud de cien mil personas carentes de preparación militar y de
medios, la que pronto será exterminada; en cambio el ejército de Caballeros
francos, flamencos y normandos, causa la admiración de los Golen: están
alistados en él, Godofredo de Buillón, Señor de la Lorena, con sus dos hermanos
Balduino y Eustaquio; Roberto de Flandes; Roberto de Normandía; Raimundo de
Tolosa; el Señor normando de Italia, Bohemundo de Tarento; y Tancredo. ¡A este
ejército se le podía solicitar, de entrada, la conquista de Jerusalén!
Tras múltiples
dificultades propias de la guerra contra un enemigo valeroso y religiosamente
fanatizado, agravadas por las traiciones de los bizantinos, los Cruzados
consiguen conquistar Jerusalén en 1099, tres años después de la partida de
Europa. Se funda allí un Reino cristiano del que Godofredo de Bouillón es el
primer Rey.
Tras esa victoria, los Golen sólo emplearán treinta
años en ubicar las Tablas de la Ley y transportarlas a Europa: a partir de
entonces comenzará la revolución del gáulico o gótico. Aquella fase del
plan se desarrolló con varios movimientos paralelos. Por un lado, había que
preparar un lugar adecuado para recibir las Tablas de la Ley, descifrar su
mensaje, y encontrar el modo de aplicar el Conocimiento de la Serpiente a la
Construcción de Templos. Por otra parte, se debía despachar cuanto antes hacia
Jerusalén el equipo de Iniciados Golen que se encargaría de localizar el
Secreto. Y también, habría que
dar marcha de inmediato a la formación de la Orden militar que sostendría a la
Sinarquía financiera que prontamente se tendría que crear. Si tales movimientos
culminaban en los objetivos propuestos por la Fraternidad Blanca, entonces no
tardaría en sobrevenir el Gobierno Mundial del Pueblo Elegido y se cumpliría la
Voluntad del Dios Creador Uno.
El monje benedictino
Roberto recibió en 1098 la orden de retirarse a las inmediaciones de Citeaux:
en el año 1100, apenas conocida la noticia de la toma de Jerusalén, el Papa
Pascual II lo pone al frente de la Abadía del Cister y le encomienda la
reforma de la regla cluniacense. Sobre la base de la Regula Monachorum de San Benito, él y su sucesor Alberico,
introducen cambios substanciales con respecto a Cluny: los monjes vuelven al
trabajo manual, se insiste con más rigor en el ascetismo y la soledad, es
decir, en el secreto, y se cambia la
indumentaria: en adelante los cistercienses no emplearán el hábito negro
clásico de los cluniacenses y benedictinos, sino uno blanco, semejante a la
antigua túnica de los Golen de las Galias romanas, y a la de los sacerdotes
levitas que custodiaban en Israel el Arca con las Tablas de la Ley. En el 1112 la comunidad está lista
para recibir al grupo de Iniciados que le dará su definitiva conformación: son
treinta y uno, entre ellos San Bernardo con cinco de su familia, todos Golen.
Luego de tres años de estudiar los detalles finos, San Bernardo se aboca a
fundar en Claraval, región de la Champaña, feudo del Conde Hugo, también de
familia Golen, un monasterio adecuado para conservar el Secreto que llegaría de
Oriente. Una vez terminado, con el pretexto de efectuar traducciones de textos
hebreos, se convoca a los principales Rabinos cabalistas de Europa para
colaborar en la tarea de descifrar las Tablas de la Ley. ¡Extraña comunidad la
de Cister y Claraval, integrada por Golen y judíos, mientras Europa entera se
proclama “cristiana” frente a los pueblos “infieles” de Oriente!
A la muerte de San
Bernardo existían trescientos cincuenta monasterios cistercienses, y al final
del siglo XIII, llegaban a
setecientos en Europa. De este modo se llevó adelante el primer movimiento.
En cuanto a Cluny, no hay
que creer que la fundación del Cister y la expansión de la Orden del Temple le
iban a restar algún poder. Prueba de ello es el enorme volumen de sus
instalaciones alcanzado en el siglo XIII; como ejemplo, valga recordar que en
1245, con motivo del Concilio General de Lyon reunido por los Golen para
excomulgar al Emperador Hiperbóreo Federico
II, una numerosa comitiva
acompañó al Papa en su visita a Cluny, donde fueron alojados cómodamente sin
necesidad de que los monjes abandonasen sus celdas; vale decir, que poseía
infraestructura como para alojar a un Papa, un Emperador y un Rey de Francia,
junto a todos los prelados y Señores de sus cortejos. No crea que exagero, Dr.
Siegnagel: además del Papa Inocencio IV estaban allí los dos Patriarcas de
Antioquía y Constantinopla, doce Cardenales, tres Arzobispos, quince Obispos,
el Rey de Francia San Luis, su madre Blanca de Castilla, su hermano el Duque de
Artois, y su hermana, el Emperador de Constantinopla Balduino II,
los hijos del Rey de Aragón y Castilla, el Duque de Borgoña, seis Condes, y un
elevado número de Señores y Caballeros. Su biblioteca contaba con cinco mil
volúmenes copiados por los frailes, aparte de los cientos de manuscritos,
rollos y libros de la Antigüedad, que eran piezas únicas en Europa.
Decimoctavo Día
En el año 1118, al
fin, los nueve Golen hallaron la Clave del Templo de Salomón con la aprobación
de la Fraternidad Blanca: son tres Sacerdotes Iniciados, encargados de
localizar las Tablas de la Ley, y seis Caballeros de custodia. Uno de los
Iniciados es el Conde Hugo de Champaña, en cuyas tierras se ha instalado el
Cister, quien es pariente del Rey Balduino de Jerusalén y allana sin
dificultades la ocupación del sitio solicitado: es el emplazamiento tradicional
del Templo de Salomón. Su residencia por varios años en ese lugar les
significaría el nombre de Caballeros del Temple que adoptaron después, aunque
ellos preferían llamarse Unicos
Guardianes del Templo de Salomón. Finalmente, tras mucho buscar, meditar, reflexionar, y comprender la
naturaleza del Secreto, y contar también con la ayuda de los “Angeles” de la
Fraternidad Blanca, los Templarios estuvieron en condiciones de encontrar el
Arca. Y cuando el Secreto llegó a sus manos, y se preparaban para
escoltarla a Europa, se les unieron Bera y Birsa, los mismos Inmortales que
asesinaron a las Vrayas de la Casa de Tharsis. Desde Chang Shambalá, la
Fraternidad Blanca enviaba a Bera y Birsa para acompañar el transporte del Arca
hasta Claraval y asegurarse de que ésta llegase sin problemas; una vez allí,
intentarían apoderarse de la Espada Sabia y ajustar las cuentas pendientes con
la Casa de Tharsis. Suspenderé por un momento, el relato de las consecuencias
que esa nueva aparición de los Inmortales tendría para los Señores de Tharsis.
Lo más importante ahora es destacar que en el año
1128, el Arca está instalada en Claraval, en poder de los más altos dignatarios
de la Sinagoga y de la Iglesia Golen, en el Corazón del Colegio de los
Constructores de Templos. De esta manera se desarrolló el segundo movimiento.
El resultado triunfal de
ambos movimientos motivó a los Golen para actuar de inmediato con el tercero.
Se encuentran en la Champaña los seis Caballeros que han transportado el Arca,
junto a Bera y Birsa que aún permanecen en Claraval instruyendo al Colegio de
Constructores, y se conviene en constituirlos en Orden de Caballería. Con ese
secreto fin, San Bernardo convoca en 1128 un Concilio en Troyes, en la región
de Champaña, a la que asisten en su totalidad clérigos benedictinos y
cistercienses: Obispos, Abades y Priores de todos los monasterios de la Orden,
que vienen conscientes de la importancia del evento y desean observar de cerca
a los terribles Inmortales Bera y Birsa que también estarán presentes. En el
Concilio de Troyes se aprueba la formación de la Orden del Temple y se
encomienda a San Bernardo la redacción de su Regla. Será ésta una Regla
monástica, básicamente cisterciense pero completada con normas y disposiciones
que regulan la vida militar: al frente de la Orden estará un Gran Maestre, que
dependerá sólo del Papa; la misión de la Orden consistirá en formar un ejército
de Caballeros para luchar en Oriente y en España contra los sarracenos; en
Occidente, la Orden poseerá propiedades aptas para practicar la vida monástica
y ofrecer instrucción militar; la Orden del Temple estará autorizada para
recibir toda clase de donaciones, pero los Caballeros deberán observar el voto
de pobreza, etc.
Durante el resto del siglo XII,
la Orden crece en todo sentido y se constituye en el siglo XIII, en un verdadero poder económico y
militar sujeto sólo, y hasta cierto punto, a la autoridad de la Iglesia. Puesto
que el objetivo oculto de las cruzadas era conseguir el Arca de la Alianza de
Jehová Satanás con el Pueblo Elegido, y tal objetivo ya se había logrado, es
evidente que el mantenimiento de la Guerra Santa no tenía otro fin más que
fortalecer a la Orden del Temple y a la Iglesia: las siguientes Cruzadas, en
efecto, permitían a los Papas demostrar su poder sobre los Reyes y Nobles, y al
Orden del Temple acrecentar sus riquezas. Así, el papado alcanzaba su más alto
grado de prestigio y podía convocar a los Reyes de Francia, Inglaterra o
Alemania, para “cruzarse” por Cristo, Nuestro Señor, y, con suerte, hasta
lograba eliminar algún potencial enemigo de sus planes de hegemonía europea,
por ejemplo como el Emperador Federico Barbarroja, que jamás regresó de la
Tercera Cruzada. Y, mientras
continuaba la guerra y el ejército de Oriente se perfeccionaba profesionalmente
y se tornaba indispensable en todas las operaciones, la Orden iba construyendo
una formidable infraestructura económica y financiera: se decía que aquel poder
servía para sostener la Cruzada de los Caballeros Templarios, pero, en
realidad, se estaba asistiendo a la fundación de la Sinarquía financiera.
La Orden pronto desarrolló, sobre la base de sus incontables propiedades en
Francia, España, Italia, Flandes, etc., una red bancaria que operaba con el
novísimo sistema de las “letras de cambio”, inventado por los banqueros judíos
de Venecia, y tenía su sede central en la Casa del Temple de París, verdadero
Banco, provisto de Tesoro y Cámara de Seguridad. Natural-mente, practicaban el
préstamo a interés a Nobles y Reyes, cuyos “pagarés”, y otros documentos
avanzadísimos para la Epoca, se guardaban en las cajas fuertes de la Orden.
Entre otras responsabilidades, se les había confiado la administración de los
fondos de la Iglesia y la recaudación de impuestos para la corona de Francia.
Los Templarios ocuparon en
España varias plazas, entre las cuales se contaba la Fortaleza de Monzón, la
que luego de la muerte de Alfonso I, el Batallador, les fue otorgada en propiedad:
desde allí, “luchaban contra el infiel”, según la Regla de la Orden. Aquella
fortaleza se encontraba en Huesca, a orillas del río Cinca, entonces Reino de
Aragón: y hacia allí se dirigieron Bera y Birsa, luego del Concilio de Troyes,
acompañados por un importante séquito de monjes cistercienses. Los Inmortales, iban a realizar un
“Concilio Secreto Golen” en el que dejarían establecidas las directivas para
los próximos cien años, fecha en la que regresarían a pedir cuentas sobre lo
hecho. En ese Concilio, aparte de los detalles del plan Golen que ya he
descripto, los Inmortales plantearon, en nombre de la Fraternidad Blanca, dos
cuestiones que debían ser resueltas cuanto antes; se trataba de dos Sentencias
de Exterminio: una, contra la Casa de Tharsis, aún estaba pendiente desde
antiguo; la otra, contra los Cátaros y Albigenses del Languedoc aragonés, era
reciente y tenía que ejecutarse sin demora.
Sobre la Casa de Tharsis,
los Inmortales admitieron que se trataba de un Caso difícil pues no se podía concretar
el exterminio sin haber hallado antes la Piedra de Venus, que aquéllos tenían
oculta en una Caverna Secreta. Con el Fin de conseguir la confesión de la Clave
para encontrar la entrada secreta, Bera y Birsa decidieron atacar esta vez a
los miembros de la familia que habitaban la cercana ciudad de Zaragosa; se
trataba de tres personas: el Obispo de Zaragosa, Lupo de Tharsis; su hermana
viuda, ya madura, que vivía junto a él en el Obispado y se encargaba de los
asuntos domésticos, Lamia de Tharsis; y el hijo de ésta, un joven novicio de
quince años llamado Rabaz. Los tres fueron secuestrados y conducidos a Monzón,
donde se los encerró en una mazmorra mientras se preparaban los instrumentos de
tortura. Comenzaron por el anciano Lupo, al que atormentaron salvajemente sin
conseguir que soltase una palabra sobre la Caverna Secreta; finalmente, y
aunque tenía la mayoría de los huesos quebrados, Lupo de Tharsis expiró como el
Señor que era: riendo con sorna frente a la impotencia de sus asesinos. Con la
mujer y su hijo, los Golen emplearon otra táctica: considerando que estos ya
estarían bastante atemorizados por los gritos del Obispo, prepararon un
escenario conveniente para extorsionar al joven Rabaz con la amenaza de someter
a su madre al mismo tormento degradante que había cortado la vida de Lupo de
Tharsis.
Extendieron, pues, a Lamia
sobre la mesa de tortura y comenzaron a estirar sus miembros, arrancándole
aterradores gritos de dolor. En ese momento hicieron entrar a Rabaz, quien
venía con las manos atadas a la espalda y escoltado por dos Golen
cistercienses, el cual quedó helado de espanto al escuchar los lamentos de
Lamia y descubrirla atada a la mesa mortal: y al verlo paralizado de horror,
una sonrisa triunfal se dibujó en el rostro de los Golen, que ya contaban por
anticipado con la confesión. Pero con lo que no contaban, tampoco entonces, era
con la locura mística de los Señores de Tharsis. ¡Oh la locura de los Señores
de Tharsis, que los había tornado impredecibles durante cientos de años de persecuciones,
y que se manifestaba como el Valor Absoluto de la Sangre Pura, un Valor tan
elevado que resultaba inconcebible cualquier debilidad frente al Enemigo! Sin
que pudiesen impedirlo, el joven Rabaz, impulsado por una locura mística, dio
dos saltos y se situó junto a su madre, que lo observaba con la mirada
brillante; y entonces, de una sola dentellada, le destrozó la vena yugular
izquierda, causándole una rápida muerte por desangración. Ahora los Golen no
reían cuando arrastraban enfurecidos a Rabaz; y sin embargo alguien rió: antes
de morir, con el último aliento que se quebraba en un espasmo de agónica
gracia, Lamia alcanzó a emitir una irónica carcajada, cuyos ecos permanecieron
varios segundos reverberando en los meandros de aquella lóbrega prisión. Y
Rabaz, que acababa de asesinarla y tenía el rostro cubierto de sangre, sonreía
aliviado al comprobar que Lamia ya no existía.
No; los Golen ya no reían:
más bien estaban pálidos de odio. Era evidente que la Voluntad de Rabaz no
podía ser doblegada por ningún medio, pero no por eso dejarían de torturarlo
hasta causarle la muerte: lo harían aunque más no fuese para desahogar el
rencor que experimentaban hacia los Señores de Tharsis.
Bera y Birsa nada lograron
con aquella matanza y por eso dejaron a los cistercienses una misión específica
para ser cumplida en los siguientes años por la Orden del Temple: no importaba
el costo, aún si ello implicaba comprometerse en lucha permanente contra el
Taifa de Sevilla, pero se debía construir un Castillo en Aracena, a pocos
kilómetros de la Villa de Turdes. El lugar exacto sería el conocido desde la
Antigüedad como “Cueva de Odiel”, hoy llamada “Cueva de las Maravillas”, cuyo
nombre significaba, evidentemente, Cueva de Odín o de Wothan, pero que también
era denominada “Cueva Dédalo” por la deformación “Cueva D'odal”: natural-mente, Dédalo, el Constructor de Laberintos, era
otro de los Nombres de Navután. La entrada de la Cueva de Odiel se hallaba al
ras del suelo, en la cumbre de una colina de Aracena. El plan consistía en
edificar un Castillo Templario que ocultase la Cueva de Odiel: la entrada,
desde entonces, sólo sería accesible desde adentro del Castillo. ¿Para qué
querrían eso? Para llegar hasta la Caverna Secreta de los Señores de Tharsis;
porque, según creían Bera y Birsa, desde la Cueva de Odiel sería posible
aproximarse a la Caverna Secreta empleando ciertas técnicas que ellos pondrían
en práctica a su regreso de Chang Shambalá.
Decimonoveno Día
Sintetizando, Dr.
Siegnagel, se puede considerar que al llegar al siglo XIII, los Golen habían realizado en un noventa por ciento los
planes de la Fraternidad Blanca: la Orden benedictina-Golen y sus derivaciones,
Cluny, Cister y el Temple, estaban firmemente establecidas en Europa; el
Colegio de Constructores de Templos había adquirido, con la posesión de las
Tablas de la Ley, el Más Alto Conocimiento; los gremios y hermandades de
masones, instruidos por los Golen, estaban levantando centenares de Templos,
iglesias y catedrales góticas, en todas las ciudades importantes de Europa y en
ciertos lugares a los que se adjudicaba “valor telúrico”; y los pueblos, desde
los siervos y villanos hasta los Señores, Nobles y Reyes, vivían en una Era de
costumbres religiosas, sustentaban una Cultura donde Dios, y los Sacerdotes de
Dios, intervenían activa y cotidianamente; vale decir, los pueblos, que ahora experimentaban la unidad religiosa, estaban preparados
para recibir la unidad económica y política de un Gobierno Mundial, la
Sinarquía del Pueblo Elegido; el poder económico de la Orden del Temple ya
estaba consolidado; y el ejército de la Iglesia, que aseguraría la unidad
política, también. Como ve, Dr. Siegnagel, los planes de la Fraternidad Blanca
estaban a punto de concretarse: y sin
embargo fracasaron.
¿Qué fue lo que ocurrió?
Los planes de la Fraternidad Blanca fracasaron fundamentalmente por causa de
dos Reyes, Federico II Hohenstaufen, Emperador del Sacro
Imperio Romano Germano, y Felipe IV el Hermoso, Rey de Francia. Ambos reinaron en países distintos y en períodos
históricos diferentes, y no se conocieron entre sí: Federico II
en Sicilia, desde 1212 hasta 1250, y Felipe
IV en Francia, desde 1285
hasta 1314. Sin embargo, un
nexo oculto explica y justifica los actos altamente estratégicos desplegados
por estos extraordinarios monarcas: es la oposición
de la Sabiduría Hiperbórea.
Tenemos pues, dos causas
exotéricas del fracaso de los planes enemigos, los Reyes mencionados, y una
causa esotérica, la oposición de la Sabiduría Hiperbórea, de la que aquéllas,
no son más que efectos. Examinaré, entonces, un tanto superficialmente las dos
primeras y me concentraré en detallar la segunda; es conveniente que así lo
haga para exponer el papel destacado que le cupo a la Casa de Tharsis en tales
hechos. Habrá que comenzar, desde luego, por describir las circunstancias que
dieron lugar a la coronación de Federico II y los actos con que éste desestabilizó
el Poder del papado. Luego me detendré a mostrar las verdaderas causas de
aquellos actos, esto es, la oposición de la Sabiduría Hiperbórea: se verá, así,
cómo los Señores de Tharsis desarrollaron su Estrategia y cómo fueron casi
exterminados por los Golen a mediados del siglo XIII. Finalmente llegaré a la gestión de Felipe IV,
“el Rey que aplicó el Golpe Mortal a la
Sinarquía Financiera de los Templarios”.
A partir de allí, Dr. Siegnagel, todo estará dado para que la historia
de la Casa de Tharsis, que estoy narrando para Ud., entre en su fase final.
Con la elección del Papa
Inocencio III en 1198, los Golen juegan una de sus últimas y más
importantes cartas. Aquel “pontífice”, en efecto, goza de un prestigio sin par
entre la indócil nobleza germánica: los Reyes se someten a su arbitrio y su
voluntad se impone sin resistencias en todos los ámbitos. Por lo demás, no se
preocupa demasiado en disimular sus planes pues proclama abiertamente la
vigencia de la teoría de Gregorio VII sobre “las Dos Espadas”, de las cuales
una, la temporal del Emperador, debe estar sometida a la “espiritual” de la
Iglesia. Pues bien, este Papa, que tiene en sus manos todos los triunfos de los
Golen, es también el tutor y regente del joven príncipe Federico de Sicilia,
principal heredero de los Hohenstaufen austríacos y alemanes. Es en ese príncipe que los Golen, y
la Fraternidad Blanca, han apoyado todo el peso de su Estrategia: Federico,
educado como monje cisterciense y Caballero Templario por los Golen de la corte
normanda de su madre Constanza de Sicilia, debería empuñar con vigor nunca
visto, desde los tiempos de Carlomagno, la Espada temporal de los Reyes y
someterla a la Espada espiritual de la Iglesia; entonces la Espada espiritual,
que es la Cruz de Jesús Cristo y el Plano del Templo, sería asiento del Trono
del Mundo, un sitial para el Mesías del Dios Creador o sus representantes. Pero
he aquí que Federico se rebela tempranamente contra ese plan.
Federico II
es coronado Rey alemán en 1212 con el auspicio de Inocencio III
y la aprobación manifiesta de Felipe II Augusto, Rey de Francia. En principio
hizo lo que se esperaba de él y ya en 1213, contando sólo dieciocho años de
edad, promulgó la Bula de Oro a favor de la Iglesia, en la que confirmaba la
totalidad de sus posesiones territoriales, inclusive las que aquélla se había
apropiado indebidamente luego de la muerte de Enrique VI; aceptaba, asimismo,
renunciar, tanto él como cualquier otro Rey alemán futuro, a la elección de
Obispos y Abades. Es evidente, pues, la predisposición inicial del joven Rey
para cumplir con los planes de la Iglesia Golen. Sin embargo, muy pronto esa actitud comenzó a
cambiar, hasta tornarse totalmente hostil hacia sus antiguos protectores; las
causas fueron dos: la reacción positiva de la Herencia de su Sangre Pura gracias a la proximidad histórica del
Gral, concepto que ya explicaré; y la influencia de ciertos Iniciados
Hiperbóreos que el mismo Federico II hizo venir hasta su Corte de Palermo
desde lejanos países del Asia y cuya historia no me podré detener a
relatar en esta carta. Lo importante fue que el Emperador comenzó a rechazar la
idea Golen, que estaba siendo ampliamente publicitada por la red benedictina,
de que el mundo debía ser regido por un Mesías Teocrático, un Sacerdote puesto
por el Dios Creador sobre los Reyes de la Tierra. Contrariamente, afirmaba
Federico II, el mundo esperaba un Mesías Imperial, un Rey de la Sangre
Pura que impusiese su Poder por el unánime reconocimiento de los Señores de la
Tierra, un Rey que sería el Primero del Espíritu y que fundaría una
Aristocracia de la Sangre Pura en la que sólo tendrían cabida los más
valientes, los más nobles, los más duros, los que no se doblegaban frente al
Culto a las Potencias de la Materia. Federico
II, naturalmente, se sentía
llamado para ocupar ese lugar.
La doctrina que Federico II expresaba con tanta claridad era la
síntesis de una idea que se venía desarrollando entre los miembros de su
Estirpe desde el Emperador Enrique I, el Pajarero. En principio, tal idea consistía en la intuición
de que el poder real se legitimaba sólo por una Aristocracia del Espíritu, la
cual estaba ligada a la sangre, a la herencia de la sangre. Luego fue evidente,
y así comenzó a afirmarse, que si el Rey era legítimo, su poder no podía ser
afectado por fuerzas de otro orden que no fuesen espirituales: la soberanía era
espiritual y por lo tanto Divina; sólo a Dios correspondía intervenir con
justicia por sobre la voluntad del Rey. Este concepto se oponía esencialmente
al sustentado por los Golen, en el sentido de que el Papa representaba a Dios
sobre la Tierra y, por lo tanto, a él correspondía sujetar la voluntad de los Reyes.
Ya el Papa Gelasio I, 492-496, había declarado que existían dos poderes
independientes: la Iglesia espiritual y el Estado temporal; contra la peligrosa
idea que se desarrollaba en la Estirpe de los Otones y Salios, San Bernardo
formaliza la tesis gelasiana en la “Teoría de las dos Espadas”. Según San
Bernardo, el poder espiritual y el poder temporal, son análogos a dos Espadas;
mas, como el poder espiritual procede de Dios, la Espada temporal debe
someterse a la Espada espiritual; ergo:
el representante de Dios en la Tierra, el Papa, al empuñar la Espada
espiritual, debe imponer su voluntad a los Reyes, meros representantes del
Estado temporal y sólo portadores de la Espada temporal.
Pese al empeño puesto por
la Iglesia en imponer el engaño, la idea va madurando y comienzan a producirse
choques entre los Reyes más espirituales y los representantes de las Potencias
de la Materia. La “Querella de las Investiduras”, protagonizada por el
Emperador Enrique IV, antepasado de Federico II,
y el Papa Golen Gregorio VII, señala la fase culminante de la
reacción satánica: en el año 1077, el Emperador Enrique IV es obligado a
humillarse frente al Papa, en Canossa, para obtener el levantamiento de su
previa excomunión. De no acceder a esa súplica, Enrique IV hubiese sido
despojado de su investidura imperial, y aún de la soberanía sobre sus Señoríos
hereditarios, por la simple voluntad “espiritual” del Papa. Naturalmente, una
idea que brota de la sangre, y se torna más clara y más fuerte tras cada
generación, no puede ser reprimida con penitencias y humillaciones. Será
Federico I Barbarroja, el
abuelo de Federico II, quien se
opondrá con más vigor a la tiranía papal y demostrará que la existencia de la
Aristocracia del Espíritu era más que una idea. Para entonces, la idea ya ha
tomado cuerpo y cuenta con partidarios dispuestos a defenderla con su vida: son
los llamados gibelinos, nombre
derivado del Castillo de Waiblingen donde naciera Federico I. La reacción de la
Iglesia contra Federico I polariza a la familia de su madre
Judith, descendiente de Welf, o Güelfo IV, duque de Baviera, acérrima partidaria
del Papa, de donde viene el nombre de “güelfos” dados a sus seguidores. Así,
pese al lavado de cerebro y adoctrinamiento clerical a que fue sometido
Federico II durante los años que permaneció bajo la tutela del feroz
Inocencio III, nada pudo evitar que la Voz de su Sangre Pura le revelase
la Verdad del Espíritu Increado, que su herencia Divina lo transformase en la
expresión viva de la Aristocracia del Espíritu, en el Emperador Universal.
Antes de partir a Palestina en 1227, Federico II
se había convertido en Hombre de Piedra, en Pontífice Hiperbóreo, y había
recordado el Pacto de Sangre de los Atlantes blancos. Y decidió luchar
con todas sus fuerzas para revertir el orden de la sociedad europea, que estaba
basado en la unidad del Culto, es
decir, en el Pacto Cultural, en favor del Pacto de Sangre. La solución escogida
por Federico II consistía en minar la unidad imperial de entonces, cuyas
monarquías estaban totalmente condicionadas por la Iglesia, concediendo el
mayor poder posible a los Señores Territoriales: ellos serían, desde luego, los
que reconocerían con su Sangre Pura al Verdadero Líder Espiritual de Occidente,
el que vendría a instaurar el Imperio Universal del Espíritu. En cambio la Iglesia Golen, frente al
creciente poder de los príncipes, sólo vería desintegrarse la unidad política
que tan necesaria era para sus planes de dominación mundial: una unidad
política que había edificado sobre el cimiento de incontables crímenes
perpetrados durante siglos de intrigas y engaños, que había proyectado en el
Secreto de los monasterios benedictinos y cistercienses, que había impuesto en
las mentes crédulas y temerosas de los nobles mediante la amenaza de la
“pérdida del Cielo”, la excomunión, el chantaje del terror, y toda suerte de
recursos indignos.
Esa unidad política
controlada discretamente por la Iglesia, que ahora disponía de una poderosa
Banca y de una Orden militar, resultaría fatal-mente desestabilizada por Federico II. En 1220, cuando aún obedecía al plan de los Golen, Federico II
concedió a los príncipes eclesiásticos los derechos de reglamentar el tráfico
comercial en sus territorios y decidir sobre su fortificación. Empero, en 1232,
confirió estos mismos derechos a los Señores Territoriales además de
autorizarles la jurisdicción completa de sus países: en la práctica,
esto significaba que asuntos tales como la moneda, el mercado, la justicia, la
policía, y las fortificaciones, quedaban para siempre sujetos a la potestad de
los Señores Territoriales, no teniendo ya el Rey, ni el Papa, poder ejecutivo
alguno en sus respectivos países.
Después de la muerte de
Federico II, en 1250, jamás conseguirá la Iglesia Golen otra oportunidad
semejante para cumplir con los planes de la Fraternidad Blanca: en Alemania
sobrevendrá el Interregno, durante el cual los Señores Territoriales se harán
cada vez más poderosos e independientes; y en Francia, gobernará Felipe IV,
el Hermoso, quien concluirá la obra de Federico II procediendo a
aniquilar a la Orden del Temple y a desmantelar la infraestructura de la
Sinarquía financiera.
Como segunda causa del
fracaso del plan Golen, causa principal, causa esotérica, he mencionado a la
“oposición de la Sabiduría Hiperbórea”: con tal denominación me refiero,
lógicamente, a la oposición consciente
que ciertos sectores llevaron adelante contra las intrigas secretas de los
Golen y sus organizaciones cistercienses y templarias.
Esos sectores, que comprendían la Sabiduría
Hiperbórea, contribuyeron de manera significativa a determinar el fracaso de
los Golen; eran varios grupos, pero entre los principales cabe citar a los
Bogomilos en Italia, a los Cátaros de Francia, y a los Señores de Tharsis de
España.
Los Señores de Tharsis se
habían hecho fuertes en España, tanto en la región musulmana como en la
cristiana: en Turdes, conservaban su obispado y la propiedad de la Villa, donde
una parte de la familia permanecía todo el año; en Córdoba y en Toledo, vivían
siempre los clérigos que se dedicaban a la enseñanza; y en Cataluña y Aragón, e
inclusive en varios países europeos, habitaban los que eran teólogos y
doctores, y recibían la invitación de algún Señor para oficiar de consejeros o
instruir a las familias reales. Pero, allí donde estuviesen, los Señores de
Tharsis jamás olvidaban su Destino, y todos los esfuerzos estaban puestos en
obedecer aquellos dos principios jurados por los Hombres de Piedra: preservar
la Espada Sabia y cumplir la misión familiar. Su prioridad era, pues,
sobrevivir; pero sobrevivir como Estirpe, lo que obligaba a mantenerse
permanentemente informado sobre la Estrategia enemiga puesto que uno de los
objetivos estratégicos declarados por el Enemigo exigía, justamente, el
exterminio de la Casa de Tharsis. En el siglo
XIII, los Señores de Tharsis tenían perfectamente en claro los planes de
la Fraternidad Blanca y sabían cuan cerca estaban los Golen de hacerlos
realidad. Para oponerse a esos planes, sin arriesgar la seguridad de la
Estirpe, los señores de
Tharsis comprendieron que necesitaban operar protegidos por una Orden de la
Iglesia, una Orden que, desde luego, no estuviese controlada por los Golen ni
se rigiese por la Regla benedictina: por supuesto, no existía una Orden semejante. El honor de fundarla, y salvar por
su intermedio a la parte más sana del cristianismo, le correspondería a Santo
Domingo.
Vigésimo Día
Desde hoy voy a
examinar, Dr. Siegnagel, la
cuestión cátara, la más significativa de las producciones de la Sabiduría
Hiperbórea que se opuso a los planes de la Fraternidad Blanca en el siglo XIII. Fue en el contexto del
catarismo cuando Santo Domingo fundó la Orden de los Predicadores que
permitiría a los Señores de Tharsis actuar de manera encubierta. Es necesario,
entonces, describir dicho contexto para que resulte claro el objetivo buscado
por Santo Domingo y los Señores de Tharsis.
Ante todo, cabe advertir
que calificar de “herejía” al catarismo es tan absurdo como hacerlo con el
budismo o el islamismo: como éstos, el catarismo era otra religión, distinta de la católica. Herejía es, por definición,
error dogmático sobre la Doctrina oficial de la Iglesia; no es hereje quien
profesa otra religión sino quien desvirtúa o interpreta torcidamente el dogma
católico, tal como Arrio o los mismos Templarios Golen, que fueron los herejes
más diabólicos de su Epoca. Por supuesto que aunque entonces se hubiese
aceptado que los Cátaros practicaban otra religión, como los sajones, ello no
habría significado diferencia alguna en el resultado: nada los podría haber salvado
de la sentencia de exterminio de los Golen. Herejes eran, sin dudas, los
arrianos; pero no lo serían los
Cátaros: éstos eran, sí, enemigos de la Iglesia, a la que denominaban “la
Sinagoga de Satanás”.
Para comprender el
problema hay que considerar que lo que los Cátaros conocían en realidad era la
Sabiduría Hiperbórea, a la que enseñaban valiéndose de símbolos tomados del
mazdeísmo, del zervanismo, del gnosticismo, del judeocristianismo, etc. Por
consiguiente, predicaban que el Bien era de naturaleza absolutamente espiritual
y estaba del todo fuera de este Mundo; el
Espíritu era Eterno e Increado y procedía del Origen del Bien; el Mal, por el
contrario, tenía por naturaleza todo lo material y creado; el Mundo de la
Materia, donde habita el animal hombre, era intrínsecamente maligno; el Mundo
había sido Creado por Jehová
Satanás, un Demiurgo demoníaco; rechazaban, por lo tanto, la Biblia, que era la
“Palabra de Satanás”, y repudiaban especialmente el Génesis, donde se narraba
el acto de Crear el Mundo por parte del Demonio; la Iglesia de Roma, que
aceptaba la Biblia era, pues, “la Sinagoga de Satanás”, la morada del Demonio; el animal hombre, creado por Satanás, tenía
dos naturalezas: el cuerpo material y el Alma; a ellas se había unido el
Espíritu Increado, que permanecía desde entonces prisionero de la Materia; el
Espíritu, incapaz de liberarse, residía en el Alma, y el Alma animaba el cuerpo
material, el cual se hallaba inmerso en el Mal del Mundo Mate-rial; el Espíritu
se hallaba, así, hundido en el Infierno, condenado al dolor y al sufrimiento
que Jehová Satanás imponía al animal hombre.
Los Cátaros, es decir, los
Hombres “Puros”, debían pretender el
Bien. Eso significaba que el Espíritu debía regresar a su Origen, aborreciendo
previamente el Mal del Mundo Material. Aseguraban
que el Espíritu Santo estaba siempre dispuesto para auxiliar al Espíritu
prisionero en la materia y que respondía a la solicitud de los Hombres Puros;
entonces los Cátaros tenían el poder de transmitir el Espíritu Santo a los
necesitados de ayuda por medio de la imposición de manos, acto al que
denominaban “Consolamentun”. Afirmaban, además, la existencia de un Kristos Eterno e
Increado, al que llamaban “Lucibel”, que solía descender voluntariamente al
Infierno del Mundo Creado para liberar al Espíritu del hombre; rechazaban la
cruz por constituir un símbolo del encadenamiento espiritual y del sufrimiento
humano; eran iconoclastas a ultranza y no admitían ninguna forma de
representación de las verdades espirituales; practicaban la pobreza y el
ascetismo, y desconfiaban de las riquezas y bienes materiales, especialmente si
procedían de personas que se decían religiosas; sostenían que la más elevada
virtud era la comprensión y expresión de la Verdad, y que el más grande error era
la aceptación y propagación de la mentira; reducían la alimentación al mínimo y
recomendaban no abusar del sexo; prohibían la procreación de hijos porque
contribuía a perpetuar el encadenamiento del Espíritu a la Materia.
Es evidente, Dr.
Siegnagel, que los conceptos de la religión cátara no procedían de una herejía
católica sino de la Sabiduría Hiperbórea. Sin embargo, a quienes desconocían
tal filiación o estaban fanatizados y controlados por los Golen, no era difícil
convencerlos de que se trataba de una diabólica herejía; especialmente si la
mirada se posaba sobre la forma exterior del catarismo. Porque los Cátaros, con
el fin declarado de competir con los católicos por el favor del pueblo, se
habían organizado también como Iglesia. El por qué de esta decisión, que los
iba a enfrentar de manera desventajosa con una Europa católica condicionada ya
por la idea de que era legítimo montar “Cruzadas” militares contra pueblos que
profesaban otra religión, hay que buscarlo en las creencias ancestrales de la población
occitana.
Indudablemente existían
conexiones entre los Cátaros y los maniqueos bogomilos de Bulgaria, Bosnia,
Dalmacia, Servia y Lombardía, mas esos contactos eran naturales entre pueblos o
comunidades que compartían la herencia de la Sabiduría Hiperbórea y no
implicaban dependencia alguna. El
catarismo fue, mas bien, un producto local del país de Oc, un fruto medieval
del tronco racial ibero. La antigua población ibera de Oc, como la de Tharsis,
no sufrió gran influencia celta, a diferencia de los iberos de otras regiones
de las Hispanias y de las Galias que se confundieron racialmente con ellos y
cayeron prontamente bajo el poder de los Golen. En Oc los Galos no
consiguieron unirse con los iberos, pese a que dominaron durante siglos la
región, con gran disgusto de los Golen que apelarían a todos los recursos para
quebrar su pureza racial. Empero, los occitanos se mezclarían luego con pueblos
más afines, de modo semejante a los tartesios, especialmente con los griegos,
los romanos, y los godos. En un remoto pasado, los Atlantes blancos les habían
comunicado la misma Sabiduría que a sus hermanos de la península ibérica, para
después incluirlos en el Pacto de Sangre. Poseyeron, pues, su propia Piedra de
Venus y la perdieron a manos de los Golen cuando estos Sacerdotes del Pacto
Cultural favorecieron las invasiones de los volscos tectósagos y arecómicos, los bebrices, velavos, gábalos y
helvios, además de instalarse en la costa mediterránea con los fenicios en
sus colonias de Agde, Narbona y Port Vendrés, que en principio se llamó “puerto
de Astarté”.
Ahora bien, aparte de lo
que ya recordé sobre la Sabiduría de los iberos del Pacto de Sangre, hay que
agregar aquí una leyenda particular que estaba bastante difundida entre los
pirenaicos. Según la misma, los
Atlantes blancos habían depositado en una caverna de la región otra Piedra de
Venus, a la que denominaban el Gral de
Kristos Lúcifer. Aquella Piedra, que trajera el Enviado del Dios
Incognoscible, no ya para que reflejara el Signo del Origen a unos pocos
Iniciados, sino para vincular carismáticamente y liberar espiritualmente a toda
una comunidad racial, sólo sería hallada en momentos claves de la Historia.
Creían que el motivo era el siguiente: el Gral constituía una tabula regia imperialis, vale decir, el
Gral informaba con exactitud quién era el Rey de la Sangre Pura, a quién
correspondía gobernar al pueblo por la Virtud de su espiritualidad y su pureza
racial; pero el Gral tenía el Poder de revelar el liderazgo comunicándolo
carismáticamente en la Sangre Pura de la Raza: no era necesaria la Presencia
Física de la Piedra de Venus para escuchar su mensaje; empero, si la comunidad
racial olvidaba el Pacto de Sangre, si caía bajo la influencia soporífera del
Pacto Cultural, o si degradaba su Sangre Pura, entonces perdería la vinculación
carismática, se desconcertaría, y erraría al elegir sus líderes raciales:
sobrevendrían malos Reyes, débiles o tiranos, quizá Sacerdotes del Pacto
Cultural, que en todo caso, guiarían al pueblo hacia su destrucción racial; no
obstante, aún cuando el pueblo estuviese dominado por el Pacto Culural, la
herencia Hiperbórea de la Sangre Pura no podría ser fácilmente eclipsada y, en indeterminados momentos de la Historia,
ocurriría una coincidencia culturalmente
acausal que pondría a todos los miembros de la Raza en contacto carismático
con el Gral: entonces todos sabrían, sin
duda alguna, quién sería el líder de la Raza.
Se trataba de una doble
acción del Gral: por una parte, revelaba al pueblo quién era el verdadero Líder
de la Sangre Pura, sin que influyese para ello su situación social; vale decir:
fuese Noble o plebeyo, rico o pobre, si el Líder existía, todos sabrían quién
era, todos lo reconocerían simultáneamente. Y por otra parte, apuntalaba al Líder en su misión
conductora, conectándolo carismáticamente con los miembros de la Raza en virtud
del origen común: en el Origen, toda la Raza de los Espíritus Hiperbóreos
estaría unida, pues el Gral, justamente, sería
un reflejo del Origen. Por la Gracia del Gral, el Líder racial
aparecería ante el pueblo dotado de un carisma evidente, innegable e
irresistible; exhibiría claramente el Poder del Espíritu Increado y daría
pruebas de su autoridad racial; y ello
no podría ser de otro modo puesto que, por el Origen, volvería a estar a las órdenes del Gran Jefe de La Raza
del Espíritu, el Señor del Honor Absoluto y de la Belleza Increada: Kristos
Lúcifer o Lucibel.
El devenir de la Historia,
el avance inexorable de los pueblos culturalmente dominados por la Estrategia
de la Fraternidad Blanca en dirección a las Tinieblas del Kaly Yuga, causaría
la manifestación cada vez más fuerte de las Potencias de la Materia. Por lo
tanto, los Líderes raciales que eventualmente surgiesen del pueblo, deberían
demostrar un Poder espiritual cada vez mayor para enfrentarse a tales fuerzas
demoníacas. La consecuencia de esto sería que el enfrentamiento, entre la espiritualidad emergente de la
pureza racial y la degradación de la Cultura materialista, se iría tornando más
y más intenso hasta llegar, naturalmente, a una Batalla Final donde el
conflicto se dirimiría definitivamente: ello coincidiría con el fin del Kaly
Yuga. Entre tanto, vendrían esos “momentos de la Historia” en los que el
Gral podría ser nuevamente encontrado y revelaría al Líder de la Raza. Claro
que en los últimos milenios, por estar la Raza cada vez más hundida en la
Estrategia del Pacto Cultural, los sucesivos Líderes raciales habrían de ser
consecuentemente más poderosos, vale decir, habrían de ser Líderes Imperiales, Guerreros Sabios que intentarían
fundar el Imperio Universal del Espíritu: quien lo consiguiese, libraría
al pueblo de la Estrategia del Pacto Cultural, de los Sacerdotes del Culto, y
de todo Culto; construiría una sociedad basada en la Aristocracia de la Sangre
Pura, en los Señores de la Sangre y de la Tierra, como la que, sabiamente,
procuraría impulsar Federico II
Hohenstaufen.
Y aquí llegamos a la causa
oculta de la expansión cátara en el siglo
XII: en aquel tiempo existía la
convicción generalizada entre los occitanos, incomprensible para quienes
carecían de pureza racial o desconocían la Sabiduría Hiperbórea, de que estaba próximo a llegar, o había
llegado, uno de esos “momentos de la Historia” en los que surgiría el Líder
Racial, el Emperador Universal del Espíritu y de la Sangre Pura. Era un presentimiento común
que brotaba de una fibra íntima y unía a todos en la seguridad del advenimiento
regio. Y esa unidad espontánea era causa de profundas transformaciones
sociales: parecía como si los
esfuerzos enteros del pueblo se hubiesen de pronto coordinado en una empresa
espiritual conjunta, en un proyecto cuya realización permanente era la
generación de la brillante civilización de Oc. La poesía, la música, la
danza, el canto coral, la literatura, alcanzaban allí gran esplendor, mientras
se desarrollaba una lengua romance de exquisita precisión semántica, muy
diferente al idioma más bárbaro de los francos del Este: era la “lengua de Oc”
o “langue d'Oc”, que dio nombre al país del Languedoc. En la estructura de esa
civilización naciente, como uno de sus elementos fundamentales, iba a surgir el
catarismo, que ya no sería entonces una “herejía católica”, como pretendía la
Iglesia Golen, ni una religión tras-plantada del Asia Menor, como pretenden
otros. Por el contrario, el catarismo
era la expresión formal de la religazón que existía a priori en la sociedad
occitana: era el Gral, así lo creían todos, el que religaba la sociedad
occitana y constituía el fundamento de la religión cátara.[2]
Pero el Gral, al comunicar
la próxima venida del Emperador Universal, anunciaba también la Guerra, el
inevitable conflicto que su Presencia plantearía a las Potencias de la Materia,
quizá la Batalla Final si los tiempos estaban maduros para ello. El “momento
histórico” de la aparición del Gral exigía, pues, una especial predisposición
del pueblo para afrontar la crisis que fatalmente sucedería: era tiempo del
despertamiento espiritual y del renunciamiento material, de discriminar
claramente entre el Todo del Espíritu y la Nada de la Materia. Ahora entenderá
Ud., Dr. Siegnagel, por qué los Cátaros se organizaron como Iglesia y se
dedicaron a predicar públicamente la Sabiduría Hiperbórea: estaban preparando
al pueblo para el momento histórico, estaban fortaleciendo su Voluntad y
procurando que adquiriese el “Estado de Gracia” que los tiempos exigían. Si
advenía el Emperador Universal, Kristos Lúcifer estaría más cerca que nunca del
Espíritu cautivo en el Hombre, favoreciendo su liberación: por eso los Cátaros
anunciaban la inminente llegada de Lucibel, y alentaban al pueblo a olvidar el
Mundo de la Materia y clavar los ojos interiores sólo en El. Si advenía el
Emperador Universal, se requerirían hombres profundamente espirituales, que
poseyesen la Sabiduría Hiperbórea y se trasmutasen por el Recuerdo del Origen,
por la revelación de la Verdad Desnuda de Sí Mismo, es decir, se necesitarían Hombres de Piedra:
por eso los Cátaros formaron y lanzaron miles de trovadores iniciados en el
Culto del Fuego Frío de la Casa de Tharsis; ellos tenían la misión de
recorrer el país y encender en los Nobles de la Sangre, Nobles o plebeyos,
ricos o pobres, la Flama del Fuego Frío, el A-mort de la Diosa Pyrena, a quien
nombraban simplemente como “la Dama”, o “la Sabiduría”; y los Nobles de la
Sangre, si comprendían el Trovar Clus, se convertían en Caballeros desposados
con su Espada, una Vruna de Navután, que en ocasiones consagraban a una Dama de
carne y hueso, a una Mujer Kâlibur que era capaz de inmortalizarlos Más Allá de
la Negrura Infinita de Su Señal de Muerte.
Vigesimoprimer Día
La urgencia de los tiempos había obligado a los Cátaros a exponerse
públicamente, acto que causaría, más tarde o más temprano, el inevitable ataque
de la Iglesia Católica. Los benedictinos, cluniacenses y cistercienses,
comenzaron bien pronto a elevar sus protestas: ya en 1119, aquel año cuando los
nueve Golen se instalan en el Templo de Salomón, el Papa Calixto II
fulmina la excomunión contra los herejes de Tolosa. Pero tales medidas no
surtían efecto alguno. En 1147 el Abad de Claraval, San Bernardo, Jefe Golen de
la conspiración templaria, recorre el Languedoc recibiendo en todos lados
muestras de hostilidad por parte del pueblo y de la nobleza señorial. Desde
entonces será el Cister quien se encargará de avivar los odios y formar un
nuevo pueblo Perseo para destruir al “Dragón occitano”. Pero los Cátaros, lejos
de amilanarse por esas amenazas, convocan en 1167 un Concilio General en St.
Félix de Caramán: allí resuelven repartir el país, del mismo modo que la Iglesia
Católica, en obispados y parroquias.
La Iglesia Cátara,
entonces, se organizaba en base a Obispos, Presbíteros, Diáconos, Hermanos
mayores, Hermanos menores, etc. y daba argumentos superficiales a los que
sustentaban la acusación de herejía. Empero, desde el punto de vista interno,
sólo existían dos grupos: los “creyentes”
y los Elegidos. Los creyentes constituían la masa de quienes simpatizaban
con el catarismo o profesaban su fe, mas sin alcanzar la iniciación del
Espíritu Santo que caracterizaba a los Elegidos. Estos últimos, en cambio,
habían sido purificados por el
Espíritu Santo y por eso los creyentes los llamaban puros, o sea, Cátaros.
Habrá que aclarar que la iniciación al Misterio Cátaro, siendo un acto social
como toda iniciación, se diferenciaba de las iniciaciones a los Misterios
Antiguos en que la forma ritual estaba reducida al mínimo: en efecto, los
Cátaros, los Hombres Puros o Iniciados, tenían el Poder de comunicar el
Espíritu Santo a los creyentes por medio de la imposición de manos, con lo cual
éste podría convertirse también en un Cátaro; para que tal milagro ocurriera se
necesitaba disponer de una “Cámara Hiperbórea”, en la que el creyente se
situaba y recibía el consolamentum
de manos del Hombre Puro; mas la Cámara Hiperbórea no era ninguna construcción
material, como los Templos de los Golen, sino un concepto de la Sabiduría
Hiperbórea de los Atlantes Blancos cuya realización constituía un secreto
celosamente guardado por los Cátaros: para su aclaración, Dr. Siegnagel, le
diré que consistía en los mismos principios que ya expliqué en el Tercer Día
como fundamentos del “modo de vida estratégico”, es decir, el principio de la ocupación, el principio del cerco, y el principio de la muralla estratégica.
En el concepto de la Cámara Hiperbórea intervienen los
tres principios mencionados, y su realización podía efectuarse en cualquier
sitio, aunque, repito, la técnica lítica, que solamente requería la
distribución espacial de unas pocas piedras sin tallar, era secreta.
Así, con sólo unas piedras y sus manos, los Cátaros iniciaban a los creyentes
en el Misterio del Espíritu Increado; y como verdaderos representantes del
Pacto de Sangre, oponían de este modo la Sabiduría al Culto, la Muralla
Estratégica al Templo.
Pero si la forma ritual
era mínima, el proceso espiritual consecuente alcanzaba la máxima intensidad
durante la iniciación cátara. El creyente era “consolado” interiormente, es decir, era sostenido por el Espíritu, y se convertía en Elegido. Mas,
¿Elegido por quién? Por Sí Mismo. Porque los Iniciados Cátaros son los
Autoconvocados Para Liberar Su Espíritu, los que se han Elegido a Sí Mismo Para
Alcanzar El Origen y Existir. El creyente, pues, no sería Elegido por los
Cátaros, ni su trasmutación dependería sólo del Consolamentum, sino que Su Propio Espíritu se Elegía
y se Investía a Sí Mismo de Pureza al situarse estratégicamente bajo la
influencia carismática de los hombres puros.
La Iglesia Cátara carecía
de Rituales, de Templos, y de sacramentos: los Cátaros sólo se permitían la
predicación, la exposición del Evangelio de Kristos Lucibel a todo hombre
creyente. Y resultaba que la infatigable prédica extendía el catarismo día a
día, como una epidemia, por el país de Languedoc, causando la consiguiente
alarma de la Iglesia Católica que veía sus Templos vacíos y sus Sacerdotes
despreciados y agraviados. Los Hombres Puros atribuían el éxito a la proximidad
del “momento histórico” en que aparecería el Gral. Mas, lo que en principio fue simple convicción, un día,
cuando el catarismo se hallaba en el cenit de la adhesión popular, se tornó
efectiva realidad: hacia finales del siglo XII, muchísimos Hombres Puros aseguraban haber visto físicamente al Gral y recibido
su Poder trasmutador.
En el condado de Foix, en
plena región pirenaica, se encontraba el Señorío de Ramón de Perella, que
comprendía, aparte de castillos, aldeas, y campos de cultivo, un pico montañoso
muy abrupto en cuya cima existía una antigua fortaleza en ruinas. El nombre de
aquel lugar era Montsegur y su
Señor, así como toda su familia y sus súbditos, se contaba entre los creyentes
de la Iglesia Cátara. En el año 1202 los Hombres Puros solicitaron a Ramón de
Perella que hiciese construir en Montsegur un extraño edificio de piedra de
forma pentagonal asimétrica: impropia para la defensa, inadecuada para habitar,
estéticamente chocante, la obra estaba concebida, sin embargo, de acuerdo a la
Más Alta Estrategia Hiperbórea. Su función no tenía nada que ver con la
defensa, la vivienda, o la belleza, sino con el Gral, con la Manifestación
Física del Gral: Montsegur sería un área de referencia desde la cual
los Iniciados podrían localizar el Gral, e, inclusive, aproximarse físicamente
a él. Su función no
consistía, pues, en servir de depósito para “guardar” el Gral porque el Gral no
puede estar dentro ni fuera de nada: como el Espíritu, Eterno e Infinito, la
realidad del Gral está Más Allá del Origen. Pero, localizar el Origen,
significa la liberación del Espíritu encadenado a la Materia y para facilitar
esa localización es que el Gral se aproxima a los hombres dormidos; y Montsegur
iba a ser, entonces, la Muralla Estratégica desde donde se vería el Gral, se
hallaría la orientación hacia el Origen, se reencontraría el Espíritu a Sí
Mismo y se escucharía nuevamente la Voz de la Sangre Pura. Y el Gral hablaría y
revelaría a la Raza Blanca la identidad del Rey de la Sangre Pura, del
Emperador Universal.
En síntesis, Dr., desde Montsegur el Gral, como piedra,
podría ser hallado y tomado por los hombres puros; pero, mientras ellos permaneciesen
en la Muralla Estratégica, el Gral no estaría adentro sino afuera de Montsegur
pues así lo exige la técnica del área referencial; en cambio, una vez tomado afuera, podría ser transportado si se lo
desease a cualquier otro sitio pues la referencia se conservaría mientras
existiesen el área referencial cercada y los Iniciados que la operan. Naturalmente, el Gral puede ser
localizado, siempre, desde cualquier lugar que constituya una plaza liberada en
el espacio del Enemigo, un área ocupada a las Potencias de la Materia según las
técnicas de la Sabiduría Hiperbórea de los Atlantes blancos, un sitio donde no
actúe la Ilusión del Gran Engaño: Sí, Dr.; desde un área estratégica
semejante, en todo lugar, los Iniciados Hiperbóreos, sean Guerreros Sabios,
Hombres de Piedra, u Hombres Puros, siempre que lo deseen podrán hallar el Gral
de Kristos Lúcifer: mas, no hará falta insistir en ello, las Murallas
Estratégicas construídas entonces no serán ni parecidas a las de Montsegur,
puesto que la distribución inconstante de la materia en el espacio universal
obliga a variar puntualmente la Forma Estratégica empleada.
Como escribí hace dos
días, cuando Inocencio III toma el control del Vaticano, en el
año 1198, los planes de la Fraternidad Blanca estaban a punto de concretarse. Y
en esos planes figuraba, como cuestión pendiente a la que debía darse pronta
solución, el cumplimiento de la sentencia de exterminio que pesaba sobre los
Cátaros. En principio, Inocencio III envía legados especiales a recorrer el
país de Oc mientras inicia una maniobra destinada a someter al Rey de Aragón,
Pedro II, al vasallaje de San Pedro, cosa que consigue en 1204: en
aquel año Pedro II era coronado en Roma por el Papa, quien
le entrega las insignias reales, manto, colobio, cetro, globo, corona y mitra;
acto seguido le exige juramento de fidelidad y obediencia al Pontífice, de
defensa de la fe católica, de protección de los derechos eclesiásticos en todas
sus tierras y Señoríos, y de combatir a
muerte a la herejía. A todo accede Pedro
II, que no sospecha su triste
fin a manos de los cistercienses, y, luego de recibir la Espada de Caballero de
manos de Inocencio III, cede
su Reino a San Pedro, al Papa y a sus Sucesores.
A todo esto, los legados habían ya alertado a los
Obispos leales a los Golen y efectuado un prolijo censo de los prelados
autóctonos que no aprobarían jamás la destrucción de la civilización de Oc y
que tendrían que ser expurgados de la Iglesia. En 1202 los Golen
consideran que las condiciones están dadas para ejecutar sus planes y deciden
tender una trampa mortal al Conde de Tolosa, Raimundo VI: el mecanismo de
esa trampa apunta a brindar una justificación para la inminente destrucción de
la civilización de Oc y el exterminio cátaro; y el artificio, ideado para
engañar a la presa, es una víctima propiciatoria, un monje cisterciense de la
abadía de Fontfroide llamado Pedro de Castelnau. Aquel siniestro personaje fue
preparado muy bien para la función que tendría que desempeñar, sin saberlo, por
supuesto, pues descollaba en materias tales como la crueldad, el fanatismo, el
odio a la “herejía”, etc.; y, para potenciar su acción imprudente e
intolerante, se lo dotó de poderes especiales que lo ponían por arriba de
cualquier autoridad eclesiástica salvo el Papa y se le ordenó inquirir sobre la fe de los occitanos:
en sólo seis años Pedro de Castelnau consiguió granjearse el odio de todo un
país. En 1208, luego de
sostener una disputa con Raimundo VI a causa de la represión violenta que
reclamaba contra la herejía cátara, Pedro de Castelnau es asesinado por los
propios Golen y la responsabilidad del crimen hecha recaer sobre el Conde de
Tolosa: la trampa se había cerrado. La respuesta de Inocencio III al asesinato de su legado sería la
proclamación de una santa Cruzada contra los herejes occitanos.[3]
Lógicamente, el llamamiento de esa Cruzada fue encargado a la Congregación del
Cister.
Heredero de la región que
los romanos denominaban “Galia Narbonense” y Carlomagno “Galia Gótica”, el
Languedoc constituía un enorme país de 40.000 kilómetros cuadrados, que
confinaba con el Reino de Francia: en el Este, con la orilla del Ródano, y en
el Norte, con el Forez, la Auvernía, el Rouergne y el Quercy. En el siglo XIII aquel país estaba de hecho y de
derecho bajo la soberanía del Rey de Aragón: entre los Señoríos más importantes
se contaban el Ducado de Narbona, los Condados de Tolosa, Foix y Bearne, los
Vizcondados de Carcasona, Beziers, Rodas, Lussac, Albi, Nimes, etc. Además de
estos vasallos, Pedro II había heredado los estados de Cataluña
y los Condados de Rosellón y Pallars, y poseía derechos sobre el Condado de
Provenza. Mas no todo terminaba allí: Pedro
II, cuya hermana era esposa
del Emperador Federico II Hohenstaufen, había casado dos hijas
con los Condes de Tolosa, Raimundo VI y Raimundo VII, padre e hijo, y
le correspondían por su propio casamiento con María de Montpellier, derechos
sobre aquel Condado del Languedoc. El compromiso del Rey de Aragón con el país
de Oc no podía ser, pues, mayor.
Los cistercienses llamaron
a la Cruzada en toda Europa luego de la muerte de Pedro de Castelnau, vale
decir, desde 1208. En julio de
1209, el ejército más numeroso que jamás se viera en esas tierras cruzaba el
Ródano y marchaba hacia el país de Oc; como jefe del mismo, Inocencio III
nombró a un Golen que parecía surgido de la entraña misma del Infierno: Arnaud
Amalric, Abad de Citeaux, el monasterio madre de la Orden cisterciense.
El ejército de Satanás, compuesto de trescientos cincuenta mil cruzados, pronto
se encuentra poniendo sitio a la pequeña ciudad fortificada de Bezier; ¡la
sentencia de exterminio al fin será cumplida! Horas después los defensores
ceden una puerta y las tropas infernales se disponen a conquistar la plaza; los
jefes militares interrogan a Arnaud Amalric sobre el modo de distinguir a los
herejes de los católicos, a lo cual el Abad de Citeaux responde –“Matad, matad
a todos, que luego Dios los distinguirá en el Cielo”–. Nobles y plebeyos,
mujeres y niños, hombres y ancianos, católicos y herejes, la totalidad de los
treinta mil habitantes de Beziers son degollados o quemados en los siguientes
momentos. El cuerpo de Bezier es el Cordero Eucarístico de la Comunión de los
Cruzados, el Sacramento de Sangre y Fuego que constituye el Sacrificio al Dios
Creador Uno Jehová Satanás. Castigo del Dios Creador, Condena de la Fraternidad
Blanca, Sanción de los Atlantes morenos, Expiación de Sacerdotes, Venganza
Golen, Escarmiento Hebreo, Penitencia Católica, la matanza de Bezier es arquetípica: ha sido y será,
siempre que los pueblos de Sangre Pura intenten recobrar su Herencia
Hiperbórea; hasta la Batalla Final.
Después de Bezier cae
Carcasona, donde son quemados quinientos herejes, depuestos los prelados
autóctonos, y resulta capturado y humillado el Vizconde Raimundo Roger. Pedro II
llega a Carcasona para interceder por su vasallo y amigo sin conseguir cosa
alguna del legado papal: esta impotencia da una idea del poder que había
adquirido la Iglesia, en aquellos siglos, sobre los “Reyes temporales”. El Rey
de Aragón se retira, entonces, y se concentra en otra Cruzada, que se está
llevando a cabo simultáneamente: la lucha contra los muslimes de España; cree
que participando de esa gesta su honor no se vería comprometido, como sería el
caso si interviniese en la represión de sus súbditos; sin embargo, la falta al
honor ya era grande pues los abandonaba en manos de sus peores enemigos. Mientras la Cruzada Golen va
exterminando a los Cátaros castillo por castillo, y procura destruir el Condado
de Tolosa, Pedro II se enfrenta con éxito a los muslimes en
la reconquista de Valencia. Retorna, al fin, a Narbona, donde se reúne
con los Condes Cátaros de Tolosa y de Foix, y con el jefe militar de la
Cruzada, Simón de Montfort, y los legados papales: nuevamente, nada consigue,
pero esta vez es puesta en duda su condición de católico y amenazado con la
excomunión; termina aceptando la represión indiscriminada y confirmando la
rapiña efectuada por Simón: conviene en que, si los Condes de Tolosa y Foix no
apostasiaban del catarismo, esos títulos le serían transferidos. Entonces Pedro II
creía que la Cruzada sólo perseguía el fin de la “herejía” y que su soberanía
sobre el Languedoc no sería cuestionada. Es así que, como “prueba de buena fe”,
arregla el casamiento de su hijo Jaime con la hija de Simón de Montfort: pero
Jaime, el futuro Rey de Aragón Jaime I el Conquistador, tiene sólo dos años;
Pedro II se lo entrega a Simón para su educación, es decir, como
rehén, y éste se apresura a situarlo tras los muros de Carcasona.
A continuación, Pedro II
se une a la lucha contra los almohades, junto al Rey de Castilla Alfonso VIII,
y permanece dos años dedicado a la Reconquista de España. Luego de cumplir un destacado papel
en la batalla de las Navas de Tolosa, regresa a Aragón, donde le espera la
triste sorpresa de que los Cruzados de Cristo se han repartido sus tierras y
amenazan con solicitar la protección del Rey de Francia: Arnaud Amalric, el
Abad de Citeaux, es ahora “Duque de Narbona”, y Simón de Montfort “Conde de
Tolosa”. Finaliza 1212 cuando Pedro II reclama a Inocencio III
por la acción de conquista abierta que los Cruzados están llevando a cabo en su
país; el Papa trata de entretenerlo para dar tiempo a los Golen de completar la
aniquilación del catarismo y la destrucción de la civilización de Oc, pero,
ante la insistencia del monarca aragonés, acaba por mostrar su verdadero juego
y le excomulga. Así, Inocencio III, que en 1204 lo coronara y nombrara gonfaloniero, es decir, alférez mayor
de la Iglesia, ahora consideraba que él también era un hereje: pero sería una
ingenuidad esperar que un Golen, sólo interesado en cumplir con los planes
satánicos de la Fraternidad Blanca, hubiese actuado de manera diferente. De
pronto Pedro II lo comprende todo y marcha con un ejército improvisado a
socorrer al Conde Raimundo VI en el sitio de Tolosa; pero ya es tarde
para combatir a los Poderes Infernales: quien
ha vivido cerrando los ojos a la Verdad se ha vuelto débil para sostener la
mirada del Gran Engañador; Pedro II
ha reaccionado pero sus fuerzas sólo le alcanzan para morir. Es lo que hace en
la batalla de Muret contra Simón de Montfort, en Septiembre de 1213: muere
incomprensiblemente, en medio de un gran desastre estratégico, en el que
resulta destruido el ejército aragonés y sepultada definitivamente la última
esperanza de la occitanía cátara.
Vigesimosegundo Día
Como Tartessos, Como Sajonia, Como el país de Oc, los pueblos de Sangre
Pura han de pagar un duro tributo por oponer la Sabiduría Hiperbórea al Culto
del Dios Uno. La Cruzada contra los Cátaros “y otros herejes del
Languedoc” continuaría, con algunas interrupciones, durante treinta años más;
miles y miles de occitanos acabarían en la hoguera, pero al final el país de Oc
iría retornando lentamente al seno de la Madre Iglesia. En 1218 muere Simón de
Montfort durante un sitio a Tolosa, que había sido reconquistada por Raimundo VII;
su hijo Amauric, careciendo de la vocación de Verdugo Golen que en tan alto
grado poseía Simón, termina por vender los derechos del condado de Tolosa al
Rey de Francia Luis VIII, con lo cual los Capetos legalizan la
intervención y concluirán por quedarse con todo el país. Pero esto no era
casual: la ocupación franca
del Languedoc constituía un objetivo impostergable de la Estrategia Golen,
principalmente porque permitiría prohibir la maravillosa lengua de Oc,
la “lengua de la herejía”, en favor del francés medieval, la lengua de los
benedictinos, cluniacenses, cistercienses y Templarios. Aquella sustitución
linguística sería el golpe de gracia para la Cultura de los trovadores, como
las hogueras lo habían sido del catarismo.
Sumando la destrucción de
la civilización de Oc a las restantes grandes obras realizadas por Inocencio III
durante su reinado eclesiástico, se entiende que al morir, en 1216, haya
supuesto que los planes de la Fraternidad Blanca estaban a punto de cumplirse:
la garantía de ello, el instrumento de la dominación universal, sería el joven
Emperador Federico II, que por esos días estaba en un todo de
acuerdo con la Estrategia Golen. Empero, Federico II iba a cambiar sorpresivamente de
actitud y a asestar un golpe mortal a los planes de la Fraternidad Blanca: y la causa principal de ese cambio,
de esa manifestación espiritual que brotaba de su Sangre Pura y lo transformaba
en un Señor de Señores, era la Presencia efectiva del Gral de Kristos Lúcifer.
Los Cátaros, en efecto, pagando el cruel precio del
exterminio al que los habían condenado los Golen benedictinos, consiguieron en
cien años enfrentar a todo un pueblo de Sangre Pura contra las Potencias de la
Materia. El Pacto de Sangre había sido así restaurado, pero no se podría ganar
en el enfrentamiento porque aún no era el tiempo de librar la Batalla Final
sobre la Tierra: el momento era propicio, en cambio, para morir con Honor y
aguardar en el Valhala, en Agartha, la señal de los Dioses Liberadores para
intervenir en la Batalla Final que vendría.[4] Pero, aunque no se
pudiese ganar la actual batalla, las leyes de la guerra exigían infligir el
mayor daño posible al Enemigo; y, en ese caso, el mayor descalabro en los
planes del Enemigo lo produciría la manifestación del Gral. Por eso los
Cátaros, pese a las persecuciones encarnizadas de los Cruzados y Golen que los
iban diez-mando, y a las espantosas matanzas colectivas de creyentes, trabajaban sin descanso desde
Montsegur para estabilizar espacialmente al Gral y aproximarse a él en cuerpo
físico.
Se puede considerar que
los resultados concretos de aquella Estrategia Hiperbórea se habrían producido
en el año 1217: entonces la Presencia
física del Gral ejecutó la tabula regia
y confirmó que Federico II Hohenstaufen era el verdadero Rey de la
Raza Blanca, el único con condiciones espirituales para instaurar el Imperio
Universal de la Sangre Pura. Y en coincidencia con la aparición del Gral en
Montsegur, simultáneamente, Federico II alcanzaba en Sicilia la comprensión de
la Sabiduría Hiperbórea y se trasmutaba en Hombre de Piedra: desde ese momento
comenzaría su guerra contra los “Papas de Satanás”, “los Anticristos”,
como él los de-nominaba en sus libelos; también prohíbe el tránsito y toda
operación económica o militar de los Templarios en su Reino, abriéndoles juicio
por herejía. Es entonces cuando Federico II afirma públicamente que “los tres
Grandes Embusteros de la Historia fueron Moisés, Jesús, y Mohamed,
representados actualmente por el Anticristo que ocupa el Trono de San Pedro”.
Con la decidida e
imprevista acción de Federico II la delicada arquitectura de intrigas
edificada por los Golen comenzaba a desmoronarse. Pero la Fraternidad Blanca, y
los Golen, sabían muy bien de dónde procedía el ataque real y, lejos de
trabarse en un enfrentamiento directo, e inútil, contra el Emperador,
concentraron todos sus esfuerzos en el Languedoc que a partir de allí se
convertiría en un auténtico Infierno: era urgente dar con la construcción
mágica que sostenía al Gral y destruirla; era necesario, pues, obtener la
información lo más rápidamente posible.
Ya no se enviaría a los
herejes inmediatamente a la hoguera: ahora era necesario obtener su confesión,
descubrir sus lugares secretos, el sitio de sus ceremonias. Para esta misión se
perfecciona la forma de inquirir
sobre la fe instituyendo el uso de la tortura, la extorsión, el soborno, la
delación y la amenaza. Y como semejante tarea de interrogación de prisioneros,
que apreciaban morir antes de hablar, no podía ser realizada ya solamente por
los legados papales, deciden encargar de la misma a una Orden especial: la
“beneficiaria” de la empresa sería la Orden de los Predicadores, es decir, la
Orden fundada, como veremos, por Santo Domingo de Guzmán.
Pues bien, no obstante la
eficaz labor desarrollada por la Inquisición con la captura y ejecución de
cientos de herejes occitanos, los Golen tardaron veintisiete años en llegar a
Montsegur: entretanto, sea por falsas informaciones, sea por existir una duda
razonable, o una simple sospecha, se fueron demoliendo, una por una, miles de
construcciones de piedra en la occitanía, contribuyendo a arruinar aún más a
aquel bello país. Empero, el Gral no fue encontrado y Federico II
llevó a cabo casi todos sus proyectos para debilitar al papado Golen. Recién en
1244 los Cruzados al mando de Pedro de Amiel, el Arzobispo Golen de Narbona, se
despliegan frente a Montsegur y la Presencia del Gral occitano llega a su fin: luego de que las tropas de Satanás
ocupasen la plaza de Montsegur “el Gral desaparecería y nunca más sería visto en Occidente”.
Montsegur fue conquistado
y en parte destruido; la familia del Señor de Perella fue exterminada, junto a
doscientos cincuenta Cátaros que allí operaban; pero el Gral no pudo ser
hallado jamás. ¿Qué ocurrió
con la Piedra de Venus de Kristos Lúcifer? Fue transportada muy lejos por
algunos Cátaros que estaban a cargo de su custodia. Cabe repetir, empero, que
el Gral, por ser un Reflejo del Origen, está Presente en todo tiempo y lugar
desde donde se plantee una disposición estratégica basada en la Sabiduría
Hiperbórea, y que podría ser hallado nuevamente si se diesen las condiciones
necesarias, si existiesen los Hombres Puros y la Muralla Estratégica. Los
Cátaros, que consiguieron sostenerlo como Piedra,
es decir, como Lapsit Exilis,
durante veintisiete años, decidieron trasladarlo antes de la caída de
Montsegur. Cinco de los Hombres Puros se embarcaron en Marsella hacia el
destino que habían señalado los Dioses Liberadores de K'Taagar: las tierras desconocidas que existían más
allá del Mar Occidental, es decir, América. El navío pertenecía a la
Orden de Caballeros Teutónicos y los aguardaba desde tiempo atrás por orden
expresa del Gran Maestre Hermann von Salza: aquella evacuación fue el único
auxilio que les pudo facilitar Federico II, pese a que durante mucho tiempo se
había aguardado en Montsegur la llegada de una guarnición imperial.
El Constanza, que así se
llamaba el buque, luego de atravesar las Columnas de Hércules, se internó en el
Océano y tomó la ruta que siglos más tarde seguiría Díaz de Solís. Cuatro meses
después, previo remontar el Río de la Plata y el Río Paraná, arribaban a una
región cercana a la actual ciudad de Asunción del Paraguay. El mapa que
empleaban los Caballeros Teutónicos procedía de la lejana Pomerania, uno de los
países del Norte de Europa que estaban conquistando por mandato del Emperador
Federico II: existía allí un pueblo de origen danés que navegaba hacia
América y poseía una colonia en el lugar adonde se había dirigido el Constanza;
aquellos vikingos comerciaban con “unos parientes” que, según ellos, se habían
hecho Reyes de una gran nación que quedaba tras las altas cumbres nevadas del
poniente: un país separado de la colonia por extensas e impenetrables selvas,
que no sería otro más que el Imperio incaico; en el Constanza venían algunos
daneses que conocían el dialecto hablado por los colonos.
Hallaron la colonia en el
sitio indicado y allí desembarcaron los Hombres Puros, para cumplir su objetivo
de dar adecuado resguardo físico al Gral mediante la construcción de una
Muralla Estratégica. El barco de la Orden Teutónica partió, tiempo después,
pero los Hombres Puros ya no regresarían nunca a Europa: en cambio trabajaron durante años, ayudados
por los colonos y los indios guayakis, hasta completar una asombrosa
edificación subterránea en una de las laderas del Cerro Corá. La Presencia
física del Gral estaba ahora asegurada pues se lo había referido de tal modo a
la construcción que su estabilidad espacial resultaba suficiente para
permanecer muchos siglos en ese sitio, hasta que otros Hombres Puros lo
buscasen y encontrasen.
Naturalmente, los
Templarios, alertados en Europa por la Fraterdad Blanca, no tardaron en partir
en persecución de los Cátaros. Ellos navegaban habitualmente a América desde
los puertos de Normandía, adonde disponían de una poderosa flota, pues
necesitaban acumular metales preciosos, especialmente plata, para bancar a la
futura Sinarquía Financiera, metales que en América se obtenían fácilmente.
Unos años después de los sucesos narrados, cayeron los Templarios en la colonia
vikinga y pasaron a todos sus habitantes a cuchillo; mas el Gral, nuevamente,
no apareció.
Los Golen no olvidarían el
episodio y luego, en plena “conquista de América” por España, una legión de
jesuitas, herederos naturales de los benedictinos y Templarios, se asentaría en
la región para intentar localizar y robar la Piedra de Venus. Pero todas las
búsquedas serían infructuosas y, por el contrario, la Presencia del Gral se
iría haciendo sentir de una manera irresistible sobre los pobladores españoles,
purificando la Sangre Pura y predisponiendo al pueblo para reconocer al
Emperador Universal. En el
siglo XIX, Dr. Siegnagel, un milagro
análogo al de la civilización de Oc estaba a punto de repetirse: la República
del Paraguay se levantaba con luz propia sobre las naciones de América.
En efecto, aquel país poseía un ejército poderoso y bien equipado, flota
propia, ferrocarril, industria pesada, agricultura floreciente, y una
organización social envidiable, con legislación muy avanzada para la Epoca, en
la que se destaca la educación obligatoria, libre y gratuita: y esto en 1850.
La población era aguerrida y orgullosa de su Estirpe, y sabía admirar la
espiritualidad y el valor de sus Jefes. Por supuesto, a la Fraternidad Blanca
no le agradaba el rumbo que tomaba aquella sociedad, que no se avendría a
integrarse al esquema de la “división internacional del trabajo” propuesto
entonces como modelo de orden económico mundial: tal ordenamiento era el paso
previo para la concreción en el siglo XX de la Sinarquía Financiera y el
Gobierno Mundial del Pueblo Elegido, antiguos planes que, según aclaré, se
frustraron en la Edad Media.
Para la Fraternidad Blanca, el pueblo paraguayo estaba enfermando; y el virus
que lo afectaba se llamaba “nacionalismo”, el peor enemigo moderno de los
planes sinárquicos.
El colmo de la situación ocurrió en 1863, cuando el Gral aparece nuevamente y confirma
a todos que el Mariscal Francisco Solano López es un Rey de la Sangre Pura, un
Señor de la Guerra, un Emperador Universal. Entonces se decreta la
sentencia de exterminio contra el pueblo paraguayo y la dinastía de Solano
López. En poco tiempo una nueva Cruzada se anuncia en todos los ámbitos:
Argentina, Brasil y Uruguay aportarán los medios y las tropas, pero detrás de
estos países semicoloniales se encuentra Inglaterra, es decir, la Masonería
inglesa, organización Golen y hebrea. Al frente del ejército cruzado,
que ahora se denomina “aliado”, se coloca al general argentino Bartolomé Mitre,
un masón íntegramente subordinado a los intereses británicos. Pero la capacidad
para oficiar de Verdugo Golen que demuestra el General Mitre supera ampliamente
a la diabólica crueldad de Arnaud Amalric y Simón de Montfort: y es lógico que
así sea, pues la paciencia del Enemigo se agotó hace siglos y ahora pretende
dar un castigo ejemplar, un escarmiento que demuestre claramente que el camino
del nacionalismo espiritual y racial no será ya tolerado.
La Guerra de la Triple Alianza se inicia en 1865. En
1870, cuando los ejércitos de Satanás ocupan Asunción y el Mariscal Solano
López muere combatiendo en Cerro Corá, la guerra termina y deja el siguiente
saldo: población del Paraguay antes de la guerra: 1.300.000 habitantes;
población después de la rendición: 300.000 habitantes. ¡Bezier,
Carcasona, Tolosa, son juego de niños frente a un millón de muertos, Dr.
Siegnagel! Y demás está aclarar que de los trescientos mil sobrevivientes
muchos eran mujeres, ancianos e indios; a la población de origen hispano, esa
que era aguerrida y orgullosa, se la exterminó sin piedad, casa por casa, en
masacres espantosas que habrán causado el deleite de las Potencias de la
Materia. Una vez más, Perseo había degollado a Medusa. Un millón de heroicos
paraguayos, junto a su jefe de la Sangre Pura, fue el sacrificio que las
fuerzas satánicas ofrendaron al Dios Uno en el siglo XIX, en aquel remoto país de América del Sur, adonde, sin
embargo, se manifestó la Presencia trasmutadora del Gral de Kristos Lúcifer.
Vigesimotercer Día
Es hora ya de que me
refiera a Santo Domingo y a la Orden de los Predicadores. Domingo de Guzmán
nació en 1170 en la villa de Calaruega, Castilla la Vieja, que se encontraba
bajo jurisdicción del Obispo de Osma. Antes de nacer, su madre tuvo un sueño en
el que vio a su futuro hijo como a un perro que portaba entre sus fauces un
labris ardiente, es decir, un hacha flamígera de doble hoja. Aquel símbolo interesó
vivamente a los Señores de Tharsis pues lo consideraban señal de que Domingo
estaba predestinado para el Culto del Fuego Frío. De allí que lo vigilasen
atentamente durante la infancia y, apenas concluida la instrucción primaria,
gestionasen una plaza para él en la Universidad de Palencia, que entonces se
encontraba en el cenit de su prestigio académico. El motivo era claro: en
Palencia enseñaba teología el célebre Obispo Pedro de Tharsis, más conocido por
el apodo de “Petreño”, quien gozaba de confianza ilimitada por parte del Rey
Alfonso VIII, del cual era uno de sus principales consejeros.
Lo ocurrido cincuenta años
antes a su primo, el Obispo Lupo, era una advertencia que no se podía pasar por
alto y por eso Petreño vivía tras los muros de la Universidad, en una casa muy
modesta pero que tenía la ventaja de estar provista de una pequeña capilla
privada: allí tenía, para su contemplación, una reproducción de Nuestra Señora
de la Gruta. En esa capilla, Petreño inició a Domingo de Guzmán en el Misterio
del Fuego Frío, y fue tan grande la trasmutación operada en él, que pronto se
convirtió en un Hombre de Piedra, en un Iniciado Hiperbóreo dotado de enormes
poderes taumatúrgicos y no menor Sabiduría: tan profunda era la devoción de
Domingo de Guzmán por Nuestra Señora de la Gruta que, se decía, la mismísima
Virgen Santa respondía al monje en sus oraciones. Fue él quien comunicó a
Petreño que había visto a Nuestra Señora de la Gruta con un collar de rosas.
Entonces Petreño indicó que aquel ornamento equivalía al collar de cráneos de
Frya Kâlibur: Frya Kâlibur, vista afuera de Sí Mismo, aparecía vestida de
Muerte y lucía el collar con los cráneos de sus amantes asesinados; los cráneos
eran las cuentas con las Palabras del Engaño; en cambio Frya vista en el fondo
de Sí Mismo, tras Su Velo de Muerte que la presenta Terrible para el Alma, era
la Verdad Desnuda del Espíritu Eterno, la Virgen de Agartha de Belleza Absoluta
e Inmaculada; sería natural que ella luciese un collar de rosas en las que cada
pimpollo representase a los corazones de aquellos que la habían Amado con el
Fuego Frío. Domingo quedó intensamente cautivado con esa visión y no se detuvo
hasta inventar el Rosario, que consistía en un cordón donde se hallaban
ensartadas, pero fijas, tres juegos de dieciséis bolitas amasadas con pétalos
de rosa, las dieciséis, trece más tres cuentas, correspondían a los “Misterios
de la Virgen”. El Rosario de Santo Domingo se utiliza para pronunciar
ordenadamente oraciones, o mantrams, que van produciendo un estado místico en
el devoto de la Virgen y acaban por encender el Fuego Frío en el Corazón.
No debe sorprender que
mencione dieciséis Misterios de la Virgen y hoy se los tenga por quince, ni que
varíe el número de cuentas del Rosario, ni que hoy día se asocie el Rosario a
los Misterios de Jesús Cristo y se hayan ocultado los Misterios de Nuestra
Señora del Niño de Piedra, pues toda la Obra de Santo Domingo ha sido
sistemáticamente deformada y tergiversada, tanto por los enemigos de su Orden,
como por los traidores que han existido en cantidad y existen, en cantidad aún
mayor, dentro de ella.
Domingo llegó a dictar la
cátedra de Sagrada Escritura en la Universidad de Palencia, pero su natural
vocación por la predicación, y su deseo por divulgar el uso del Rosario, lo
condujeron a difundir la Doctrina Cristiana y el Culto a Nuestra Señora del
Rosario en las regiones más apartadas de Castilla y Aragón. En esa acción descolló lo
suficiente como para convencer a los Señores de Tharsis de que estaban ante el
hombre indicado para fundar la primera Orden antiGolen de la Historia de la
Iglesia. Domingo era capaz de vivir en extrema pobreza, sabía predicar y
despertar la fe en Cristo y la Virgen, daba muestras de verdadera santidad, y
sorprendía con su inspirada Sabiduría: a él sería difícil negar el derecho de
congregar a quienes creían en su obra.
Mas, para que tal derecho
no pudiese ser negado por los Golen, era necesario que Domingo se hiciese
conocer fuera de España, que diese a los pueblos el ejemplo de su humildad y santidad.
El Obispo de Osma, Diego de Acevedo, que compartía secretamente las ideas de
los Señores de Tharsis, decidió que el mejor lugar para enviar a Domingo era el
Sur de Francia, la región que en ese momento se encontraba agitada por un
enfrentamiento con la Iglesia: la gran mayoría de la población occitana se
había volcado a la religión cátara, que según la Iglesia constituía “una
abominable herejía”, y sin que los benedictinos del Cluny y del Císter, tan
poderosos en el resto de Francia, hubiesen podido impedirlo. Con ese fin, el
Obispo Diego consiguió la representación del Infante Don Fernando para
concertar el casamiento con la hija del Conde de la Marca, lo que le brindaba
la oportunidad de viajar a Francia llevando consigo a Domingo de Guzmán, a quien
ya había nombrado Presbítero. Ese viaje le permitió interiorizarse de la
“herejía cátara” y proyectar un plan. En un segundo viaje a Francia, muerta la
hija del Conde, y decidida la misión de Domingo, ambos clérigos se dirigen a
Roma: allí el Obispo Diego gestiona ante el terrible Papa Golen Inocencio III
la autorización para recorrer el Languedoc predicando el Evangelio y dando a
conocer el uso del Rosario.
Obtenida la autorización
ambos parten desde Montpellier a predicar en las ciudades del Mediodía; lo
hacen descalzos y mendigando el sustento, no diferenciándose demasiado de los
Hombres Puros que transitan profusamente los mismos caminos. La humildad y
austeridad de que hacen gala contrasta notablemente con el lujo y la pompa de
los legados papales, que en esos días recorren también el país tratando de
poner freno al catarismo, y con la ostensible riqueza de Arzobispos y Obispos.
Sin embargo, recogen muestras de hostilidad en muchas aldeas y ciudades, no por
sus actos, que los Hombres Puros respetan, ni siquiera por su prédica, sino por
lo que representan: la Iglesia de Jehová Satanás. Pero aquellos resultados
estaban previstos de antemano por Petreño y Diego de Osma, que habían impartido
instrucciones precisas a Domingo sobre la Estrategia a seguir.
El punto de vista de los
Señores de Tharsis era el siguiente: observando desde España la actitud abiertamente combativa asumida por el
Pueblo de Oc hacia los Sacerdotes de Jehová Satanás, y considerando la
experiencia que la Casa de Tharsis tenía sobre situaciones semejantes, la
conclusión evidente indicaba que la consecuencia sería la destrucción, la
ruina, y el exterminio. En opinión de los Señores de Tharsis, el suicidio
colectivo no era necesario y, por el
contrario, sólo beneficiaba al Enemigo; pero, era claro también, que los
Cátaros no se percataban completamente de la situación, quizá por desconocer la
diabólica maldad de los Golen, que constituían el Gobierno Secreto de la
Iglesia de Roma, y por percibir solamente el aspecto superficial, y más chocante,
de la organización católica. Mas, si bien los Cátaros no suponían que los Golen, desde el Colegio de
Constructores de Templos del Cister, habían decretado el exterminio de los
Hombres Puros y la destrucción de la civilización de Oc, y que cumplirían esa
sentencia hasta sus últimos detalles, no era menos cierto que tal posibilidad
no los preocuparía en absoluto: como tocados por una locura mística, los
Hombres Puros tenían sus ojos clavados en el Origen, en el Gral, y eran
indiferentes al devenir del mundo. Y ya se vio cuan efectiva fue aquella
tenacidad, que permitió la manifestación del Gral y del Emperador Universal, y
causó el Fracaso de los Planes de la Fraternidad Blanca.
Frente a la intransigencia
de los Cátaros, Domingo y Diego recurren
a un procedimiento extremo, que no podía ser desaprobado por la Iglesia:
advierten, a quien los quiera oír, sobre la segura destrucción a que los
conducirá el sostenimento declarado de la herejía. Mas no son escuchados. A los
creyentes, que constituyen la mayoría de la población occitana y que, como toda
masa religiosa, no domina las sutilezas filosóficas, se les hace imposible
creer que pueda triunfar el Mal sobre el Bien, es decir, que la Iglesia de Roma
pueda destruir efectivamente a la Iglesia Cátara. Y a los Cátaros, que saben que el Mal puede triunfar sobre el Bien en la Tierra, ello los tiene
sin cuidado pues en todo caso sólo se trata de variaciones de la Ilusión: para
los Hombres Puros, la única realidad es el Espíritu; y esa Verdad significa el
definitivo y absoluto triunfo del Bien sobre el Mal, vale decir, la Permanencia
Eterna de la Realidad del Espíritu y la Disolución Final de la Ilusión del
Mundo Material. Corre el año 1208 y, mientras el pueblo se encuentra
afirmado en estas posiciones, el Papa Inocencio III anuncia la
Cruzada en represalia por la muerte de su legado Pedro de Castelnaux. Es tarde
ya para que la predicación de Santo Domingo surta algún efecto. Sin embargo, el
objetivo principal de la misión, que era imponer la figura santa de Domingo y
hacer conocer sus aptitudes como organizador y fundador de comunidades
religiosas, se estaba con-siguiendo. En aquel año, en tanto se producía la
matanza de Bezier y otras atrocidades Golen, Santo Domingo realizaba su primera
fundación en Fanjeaux, cerca de Carcasona. Había comprendido de entrada que las
damas occitanas presentaban una especial predisposición para el A-mort
espiritual y por eso establece allí el monasterio de Prouille, cuyas monjas se
dedicarán al cuidado de niños y al Culto de la Virgen del Rosario: la primera
Abadesa fue Maiella de Tharsis, gran iniciada en el Culto del Fuego Frío,
enviada desde España para esa función. Y aplica entonces uno de los principios estratégicos señalados por
Petreño: para escapar al control de los Golen, en alguna medida, era
imprescindible desechar la Regula
Monachorum de San Benito. De allí que Santo Domingo haya dado a las monjas
de Prouille la Regla de San Agustín.
Desde luego, Santo Domingo
y Diego de Osma no actuaban solos: los apoyaban algunos Nobles y clérigos que
profesaban secretamente el Culto del Fuego Frío y recibían asistencia
espiritual de los Señores de Tharsis. Entre ellos se contaban el Arzobispo de
Narbona y el Obispo de Tolosa, quienes contribuían a esa obra con importantes
sumas de dinero. Este último, era un Iniciado genovés de nombre Fulco,
infiltrado por los Señores de Tharsis en el Cister y que no sería descubierto
hasta el final: en aquellos días el Obispo Fulco pasaba por enemigo jurado de
los Cátaros, defensor de la ortodoxia católica, y aprovechaba ese prestigio
para promocionar ante los legados papales y sus superiores del Cister la obra
monástica de Domingo y su santidad personal.
En los años siguientes,
Santo Domingo intenta llevar a cabo el plan de Petreño y funda una hermandad
semilaica, al tipo de las Ordenes de caballería, llamada “Militia Christi”, de la cual habría de salir la Tertius ordo de paenitentia Sancti Dominici,
cuyos miembros fueron conocidos como “monjes Terciarios”; pero pronto esta
organización se mostró ineficaz para los objetivos buscados y se tuvo que
pensar en algo más perfecto y de mayor alcance. Durante varios años se
planificó la nueva Orden, tomando en consideración la experiencia recogida y la
formidable tarea que se proponía llevar a cabo, esto es, luchar contra la
estrategia de los Golen: colaboraban con Santo Domingo en tales proyectos un
grupo de dieciséis Iniciados, procedentes de distintos lugares del Languedoc
que se reunía periódicamente en Tolosa, entre los cuales se contaba el Obispo
Fulco. Como fruto de aquellas especulaciones se decidió que lo más conveniente era crear un
“Círculo Hiperbóreo” encubierto por una Orden católica: el “Círculo” sería una
Sociedad super-Secreta dirigida por los Señores de Tharsis, que funcionaría
dentro de la nueva Orden monástica. Sólo así, concluían, se conciliaría
el objetivo buscado con el principio de la seguridad.
Aquel grupo secreto, integrado en un comienzo sólo por
los dieciséis Iniciados que he mencionado, se denominó Circulus Domini Canis, es decir, Círculo de los Señores del Perro.
Tal nombre se explica recordando el sueño premonitorio de la madre de Domingo
de Guzmán, en el cual su futuro hijo aparecía como un perro que portaba un
hacha flamígera, y considerando que para los Iniciados en el Fuego Frío el
“Perro” era una representación del Alma y el “Señor”, por excelencia, era el
Espíritu: en todo Iniciado Hiperbóreo el Espíritu debía dominar al Alma y asumir la función de “Señor del Perro”;
de allí la denominación adoptada para el Círculo de Iniciados, que además tenía
la ventaja de confundirse con el nombre de dominicani,
es decir, domínicos, que el pueblo daba a lo monjes de Domingo de Guzmán. Cabe
agregar que ser “Señor del Perro” en la Mística del Fuego Frío es análogo a ser
Señor del Caballo, o sea “Caballero”, en la Mística de la Caballería, donde el
Alma se simboliza por “el Caballo”.
Uno de los Iniciados,
Pedro Cellari, había donado varias casas en Tolosa: unas fueron destinadas a
lugares secretos de reunión del Círculo y otras se adoptaron para el uso de la
futura Orden. Cuando todo estuvo listo, se procuró obtener la autorización de
Inocencio III para la fundación de una Orden de predicadores mendicantes,
semejante a la formada por San Francisco de Asís en 1210: a esta Orden
Inocencio III la había aprobado de inmediato, pero la nueva solicitud
provenía ahora de Tolosa, un país en Guerra Santa en el que todo el mundo era
sospechoso de herejía; y se debía proceder con cautela; el plan era ambicioso
pero sólo la personalidad in-cuestionable de Santo Domingo allanaría todas las
dificultades, tal como lo había hecho el propio San Francisco; no hay que
olvidar que los Golen controlaban todo el monacato occidental desde la Orden
benedictina y eran hostiles a la creación de nuevas Ordenes independientes. La
oportunidad se presentó recién en 1215, cuando el Obispo Fulco fue convocado al IV Con-cilio
General de Letrán y llevó consigo a Santo Domingo.
Allí tropezaron con la
negativa cerrada de Inocencio III quien, como es sabido, sólo cedió
luego de soñar que la Basílica de Letrán, amenazando derrumbarse, era sostenida
por los hombros de Domingo de Guzmán. Empero, su autorización fue meramente
verbal, aunque perfectamente legal, y se limitó a aceptar la Regla de San
Agustín reformada propuesta por Domingo y a recomendar la misión de luchar
contra la herejía. Luego de la muerte de Inocencio III, en 1216,
Honorio III da la aprobación definitiva de la “Orden de Predicadores” u Ordo Praedicatorum y permite su
expansión, ya que por entonces sólo poseía los monasterios de Prouille y
Tolosa. De entrada ingresan en la Orden todos los clérigos de la Casa de
Tharsis que, como dije, eran en su gran mayoría, profesores universitarios,
arrastrando consigo a muchos otros sabios y eruditos de la Epoca. En poco tiempo,
pues, la Orden se transformó en una organización apta para la enseñanza de alto
nivel, no obstante que el primer Capítulo general reunido en Bolonia, en 1220,
declaró que se trataba de una “Orden mendicante”, con menor rigor en la pobreza
que la de San Francisco. Santo
Domingo falleció en 1221, dejando el control de la Orden en manos de un
Iniciado de Sangre Pura, el Maestre General Beato Jordan de Sajonia.
Ahora bien: en aquel
momento los Golen estaban pugnando por con-seguir la institucionalización de una
inquisición sistemática de la herejía que les permitiese interrogar a cualquier
sospechoso y obtener la información
conducente al sitio del Gral; si tal institución era confiada a los
benedictinos, como se pretendía, el fin de la Estrategia cátara sería más
rápido de lo previsto, no dando tiempo a que Federico II realizase sus
planes de arruinar al papado Golen. De allí la insistencia y la elocuencia
desplegada por los domínicos para presentarse como la Orden más apta para
desempeñar aquella siniestra función; pero los domínicos tenían algunas
ventajas reales sobre los benedictinos: constituían no sólo una Orden local,
autóctona del Languedoc donde los benedictinos habían perdido influencia hacía
tiempo, sino que también disponían de monjes con gran instrucción teológica,
adecuados para analizar las declaraciones que la inquisición de la fe requería.
Los domínicos disponían de indudable capacidad de movilización en el Languedoc
y cuando los Golen se convencieron de que la nueva Orden se advendría a su control
y permitiría el ingreso de sus propios inquisidores, aprobaron también la
concesión. En 1224 el Emperador Federico II, que no obstante estar ya enfrentado
con el papado, tenía en claro la situación del Languedoc y la necesidad de
apoyar a la Orden de Predicadores, renueva mediante una ley imperial la antigua
legislación romana que consideraba a los Cultos no oficiales “crimen de lesa
majestad”, es decir, pasibles de la pena de muerte: en este caso la ley se
aplicaría a la represión de la herejía. En 1231, a pesar de que ya estaban
funcionando de hecho, el Papa
Gregorio IX instituye los “tribunales especiales de la Inquisición” y
confía su oficio a las Ordenes de Santo Domingo y San Francisco, esta última a
instancia de Fray Elías, un agente secreto de Federico II en la Orden
franciscana, que sería ministro general de 1232 a 1239, y que al final,
descubierto por los Golen, se pasaría abiertamente al bando gibelino. Empero,
al poco tiempo sólo quedarían los domínicos a cargo de la Inquisición.[5]
Tienen que quedar en claro dos hechos al evaluar el paso
dado por la Orden de Santo Domingo al aceptar la responsabilidad de la
Inquisición. Uno es que ello representaba el mal menor para los Cátaros, puesto que la
represión ejecutada directamente por los Golen hubiese sido terriblemente más
efectiva, como se comprobó en Bezier, y que de ese modo se conseguiría, al
menos, sabotear la búsqueda del Gral y retrasar la caída de Montsegur, objetivo
que se alcanzó en gran medida. Y el otro hecho es que los Señores de Tharsis
eran perfectamente conscientes que la Orden sería infiltrada por los Golen y
que estos abrirían las puertas a los personajes más crueles y fanáticos de la
ortodoxia católica, quienes destruirían sin piedad ni remordimiento a los
Cátaros y a su Obra: y aún así el balance indicaba que sería preferible correr
ese riesgo a permitir que los Golen se desempeñasen por su cuenta.
A los inquisidores más
fanáticos, que pronto actuarían dentro de la Orden, no se los podía
obstaculizar abiertamente pues ello alertaría a los Golen. La táctica
consistió, pues, en desviar sutilmente la atención hacia falsas pistas u otras
formas de herejía. En el primer caso, en efecto, los Señores del Perro lograron
que, bajo el cargo de “herejía”, se liquidasen con la hoguera a la totalidad de
los criminales, ladrones, degenerados y prostitutas del Languedoc: estos,
naturalmente, jamás aportaron dato alguno que sirviese a los Golen, aunque se
les hizo confesar la herejía mediante la tortura. En el segundo caso, la
Inquisición dominicana produjo un efecto no deseado por los Golen benedictinos,
que aquellos no fueron capaces de contrarrestar: justa-mente, por la mismas
razones que los Señores del Perro no podían impedir que los Golen exterminasen
a los Cátaros, esto es, para no quedar en contradicción con las leyes vigentes,
los Golen no podían impedir que se reprimiese a los miembros del Pueblo
Elegido, fácilmente encuadrados bajo el cuadro de herejía. Y los Señores de
Tharsis, que no habían olvidado las cuentas que con ellos tenían pendientes
desde la Epoca del Reino Visigodo de España y la participación que les cupo en
la invasión árabe, así como las intrigas posteriores para destruir a la Casa de
Tharsis, tenían ahora en sus manos, con la Inquisición, un arma formidable para
devolver golpe por golpe. Así
fue como los Golen comprobaron con desagradable sorpresa que la represión de la
herejía derivaba en muchas ocasiones en sistemáticas persecuciones de judíos, a
los que se enviaba a la hoguera con igual o mayor saña que a los Cátaros.
Ese era, naturalmente, el efecto de la obra oculta de los Señores del Perro,
que lamentablemente no fue todo lo efectivo que ellos deseaban, porque, al
igual que a las Cátaros, a los herejes judíos debía ofrecérseles la posibilidad
de conversión al catolicismo, con lo cual salvaban la vida, cosa a la que estos
solían acceder sin problemas transformándose en marranos, es decir, conservando
su religión en secreto y simulando ser cristianos, contrariamente a los Hombres
Puros, quienes preferían morir antes que faltar al Honor y mentir sobre sus
creencias religiosas.
En Resumen, el tiempo fue
pasando, la herejía cátara fue cediendo paso a la más tranquilizadora religión
católica, los furores iniciales de la Inquisición se fueron aplacando, y la
Orden de Predicadores fue complementando su injustificada celebridad de
organización represora con otra fama más acorde con el Espíritu de sus
fundadores: el de Orden dedicada al estudio, a la enseñanza, y a la predicación
de la fe católica. El gran sistema teológico de la Escolástica se debe en alto
grado a la obra de notables pensadores y escritores domínicos, que en casi
todos los casos no eran Iniciados pero estaban guiados secretamente por ellos.
Para desarrollar esta actividad la Orden se concentró en dos universidades
prestigiosas, la de Oxford y la de París: bastará con recordar que profesores
como el alemán San Alberto Magno o Santo Tomás de Aquino fueron domínicos, para
comprender que la fama adquirida por la Orden estaba aquí sí, plenamente
justificada. Pero fueron también domínicos Rolando de Cremona, que enseñó en
París entre 1229 y 1231; Pedro de Tarantasia, que lo hizo desde 1258 a 1265 y
llegó a ser Papa con el nombre de Inocencio
V en 1276; Rogerio Bacón,
Ricardo de Fischare y Vicente de Beauvais, en Oxford, etc.
Hay que tener presente,
Dr. Siegnagel, que los Señores
de Tharsis poseían la Sabiduría Hiperbórea y, en consecuencia, obraban de
acuerdo a una perspectiva histórica milenaria; consideraban por ejemplo que
aquellas décadas de influencia Golen eran inevitables pero que, finalmente,
pasarían: llegaría entonces el momento
de expurgar la Orden[6].
Porque eso era lo estratégicamente importante: preservar el control de la Orden
y la institución de la Inquisición para una oportunidad futura; cuando ésta se presentase, toda la fuerza del
horror y la represión desatada por los Golen cistercienses, como en un golpe de jiu-jitsu, podría
ser vuelta en contra de sus propios generadores; y nadie se sentiría ofendido
por ello, especialmente en el Languedoc. El peso de la Estrategia, según se
advierte, descansaba en la capacidad del Círculo de los Señores del Perro para
mantener en secreto su existencia y
conservar el control de la Orden; ello no sería fácil pues los Golen acabaron
por sospechar que una extraña voluntad frustraba sus planes desde adentro mismo
de la Organización inquisidora, mas, cada vez que alguien se acercaba a la
verdad, los Domini Canis lo ejecutaban ocultamente y atribuían la muerte a
previsibles venganzas de los herejes occitanos.
A estas
motivaciones puramente estratégicas que animaban a los Señores de Tharsis para
obrar ocultamente en el Circulus Domini
Canis, se agregaría muy pronto la pura necesidad de sobrevivir, a causa de
los sucesos que ocurrieron en España y que comenzaré a exponer desde mañana.
Como se verá, la destrucción
de la Orden Templaria, y con ello el efectivo fracaso de los planes sinárquicos
de la Fraternidad Blanca, se convertiría en una cuestión de vida o muerte para
la Casa de Tharsis. La última Estrategia del Circulus nos llevará a aquella causa exotérica del fracaso de los
planes enemigos, que fue Felipe IV, y a la cual me referí hace cuatro
días.
[1] R. Mendieta: Aquí hay una abierta
contradicción con las ideas de Fulcanelli, para quien las catedrales eran
auténticos libros de piedra que contenían importantes claves derivadas del más
alto conocimiento espiritual.
[2] R. Mendieta: Interesante
concepción del Graal como elemento mágico aglutinador de ls aspiraciones de
aquellos pueblos genéticamente afines a él. Se sugiere además un efecto de
colinearidad cuya causa es similar al
fenómeno que los C’s describen como “FRV” (Frequency Resonance Vibration, o
Vibración Resonante por Afinidad de Frecuencias). Se puede además especular
acerca del verdadero motivo por el cual se emprendió la búsqueda física del
objeto conocido como el Santo Grial: su destrucción por parte de las Potencias
de la Materia.
[3] R. Mendieta: Bien podría
llamarse a esta una operación de
COINTELPRO de la Edad Media
[4] R. Mendieta: Es importante
recalcar lo que este ultimo párrafo implica: que los guerreros hiperbóreos, a
pesar de haber conocido la muerte en numerosas batallas contra las Potencias de
la Materia, de alguna sobreviven en esencia en algún plano intemporal donde el
Tiempo Lineal no existe, listos para ser convocados cuando tenga lugar la
Batalla final. Recordar el ejército de espíritus que se alía a Aragorn y los
Rohirrim para la Batalla Final por la Tierra Media. Tener presente además la
indicación de los C’s de que la Onda permitirá la presencia visible de
innumerables seres provenientes de la 4ta densidad y otros planos de
existencia.
[5] R. Mendieta: Al respecto de
esta función de los Dominicos, aparentemente irreconciliable con su secreta
filiación a los Cátaros y a los otros pueblos guardianes de la Sabiduría
Hiperbórea, cabe recordar lo escrito por Ernest Scout en “the People of the
Secret” con relación a la descorcentante apariencia externa de ciertas
operaciones Sufíes: “Outside observers, particularly in the West, start from
the assumption that all phenomena must be describable in terms of known
categories. Sufic activity is not amenable to this approach and
seems to be organizad to resist investigations which begin with such assumption”
(p. 190). Está claro además que
ciertas operaciones sufíes adoptan la forma externa de algunas organizaciones
existentes en el momento histórico particular en que operan con la finalidad de
realizar alguna labor secreta bajo la protección externa de esta
organizaciones, de la misma forma en que los místicos sufíes adoptaron la forma
externa de la religión Islámica.
[6] R. Mendieta: Comparar esta afirmación
con la teoría expuesta por el grupo Casiopea de que los grandes acontecimientos
históricos solo resultan comprensibles cuando se incluye en la ecuación la
existencia de grupos con agendas trans-mileniales. Si bien la teoría del Grupo
Casiopea se centra en los grupos de orientación STS y se comprende aún más por
la injerencia de elementos de densidades superiores, esto no excluye que pueda
haber también grupos de orientación STO con sus propias agendas
trans-mileniales.